martes, 30 de septiembre de 2014

EL SEÑOR JESÚS, EL MISMO ES CONVIDADO Y CONVITE, EL EL QUE COME Y ES COMIDO. San Jerónimo


Qué sea lo que está escrito en Mateo: Mas a vosotros os digo: De aquí en adelante no beberé de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre [Mt 26,29]. De este lugar sacan algunos la fábula del milenio, en el que pretenden que Cristo ha de reinar corporalmente y beber el vino que desde aquel tiempo hasta la consumación de los siglos no habría bebido. Pero nosotros oigamos que el pan que partió el Señor y dio a sus discípulos es el cuerpo del Salvador, pues les dice Él: Tomad y comed, éste es mi cuerpo; y que -el .9áÍízl es aquel del que habló nuevamente: Bebed todos de éste; porque ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos [Mt 26,26ss]. Ese es el cáliz del cual leemos en el profeta: Tomaré el cáliz de salud e invocaré el nombre del Señor [Ps 115,4], y en otro lugar: Tu cáliz embriagador, ¡qué excelente que es! [Ps 22,5].
 Pues si el pan que del cielo descendió [cf. lo 6,50] es el cuerpo del Señor y el vino que dio a los discípulos es su sangre del Nuevo Testamento, la que fue derramada para remisión de todos los pecados, desechemos las fábulas judaicas. Y subamos con el Señor al cenáculo grande, aderezado y limpio [cf. Mc 14,15] y tomemos de Él, una vez más, el cáliz del Nuevo Testamento y, celebrando allí con Él la pascua, bebamos hasta embriagarnos con el vino de sobriedad. Porque no es el reino de Dios comida ni bebida, sino justicia, y gozo, y paz en el Espíritu Santo [Rom 14,17].

 Ni nos dio Moisés el pan verdadero, sino el Señor Jesús [cf. lo 6,32]; Él mismo es convidado y convite: Él mismo es el que come y es comido. De Él bebemos la sangre y si Él no podemos beber, y a diario en los sacrificios de Él, pisoteamos el rojo mosto del fruto de la verdadera vid [cf. lo 15,1] y de la viña de Sorec, que quiere decir escogida [cf. Is 5,2], y de este mosto. bebemos el vino nuevo en el reino del Padre [cf. Mt 26,29], de ningún modo según lo caduco de la letra, sino según la innovación del Espíritu [cf. Rom 7,6], cantando el cántico nuevo, que sólo se puede cantar en el reino de la Iglesia [cf. Apoc 14,3], que es el reino del Padre. También el patriarca Jacob hambreaba comer este pan al decir: Si estuviese conmigo el Señor y me diese pan para comer y vestido para cubrirme [Gen 28,20]. Pues cuantos en Cristo somos bautizados, nos vestimos de Cristo [cf. Gal 3,27], y comemos el pan de los ángeles [cf. Ps 77,25], y oímos al Señor que predica:Mi manjar es hacer la voluntad de aquel que me envió y realizar su obra [lo 4,34]. Hagamos, por tanto, la voluntad de aquel que nos envió, del Padre, y realicemos su obra, y Cristo beberá con nosotros en el reino de la Iglesia su sangre[13].
Carta. 120 (a Hedibia, sobre doce cuestiones), n.2 (HILBERG, 479ss; ML 22,985s).