sábado, 25 de octubre de 2014

EL PORQUE DE LA REITERACIÓN DE LA SANTA MISA. Beato Carlo Gnocchi

Por tanto se impone al educador una refinada obra de sublimación y santificación del dolor inocente.  Y a ésta no se llega sino a través del magisterio misterioso de la  Misa. Es en la Misa cotidiana donde el río de la Sangre divina se enriquece por la confluencia del dolor humano y es en el río divino  donde cada gota del sufrimiento humano y de llanto adquiere el valor  sobrenatural de redención y de gracia.
¿Por cuál otra razón la Misa es y será celebrada cada día sobre  la tierra hasta la consumación de los siglos, sino para hacer posible y  actual en el tiempo esta mística confluencia? Con el sacrificio del Calvario la redención de la humanidad ha  sido definitivamente concluida y nada debe o puede ser añadido de  parte de Dios. Ninguna necesidad hay, de parte de Cristo, de repetir  cada día tal sacrificio, como adviene, mística pero realmente, en la  celebración cotidiana de la Misa.
La exigencia de esta reiteración proviene, sin embargo, del hombre. Para actualizar en el tiempo y en la historia de cada hombre y de la humanidad, el valor de aquel sacrificio divino, era necesario hacer correr el río majestuoso de la redención a través de los siglos y a través de cada jornada, para dar oportunidad de que cada ser y cada tiempo uniese a este sagrado río el pequeño arroyuelo turbio de los propios sufrimientos y el tedio cotidiano de la propia existencia, con el único fin de conferirles, por tal feliz mixtura, valor sobrenatural de redención y de gracia.
He aquí por qué la Misa debe ser celebrada todos los días de todos los tiempos y he aquí por qué se puede hablar de una verdadera  renovación y que en ella se realiza un complemento necesario del sacrificio divino; en el sentido de que la humanidad encuentra el modo, cada día de su atormentada existencia, de celebrar su propia misa de dolor para unirla a la Misa de Cristo convirtiéndola en la Misa “total”; la Misa no solamente de Cristo-persona sobre el Calvario, sino la Misa de Cristo-humanidad a través de la historia.
Es, por tanto, en la Misa donde los niños deben hacer la ofrenda de su sufrimiento; cuando el sacerdote infunde en el cáliz las pocas e insípidas gotas de agua fría que, junto al vino ardiente y generoso se convertirán en la Sangre de Cristo redentor.
Así como hacen cada mañana los mutiladitos de guerra ofreciendo a Dios las propias mutilaciones para que Él conceda la concordia entre los hombres, la paz a los compañeros muertos con  ocasión de su desgracia, la bendición a cuantos les hacen el bien en nombre de Dios, y para que sus mutilaciones “sean una advertencia para todos y un estímulo para obras de paz y de bien, ocasión espiritual de perfección para nuestras almas; en fin, aumento de gloria para nuestra eternidad feliz” (Oración de los mutiladitos).
Es lo que, en el fondo, había querido decir un humilde soldado. La marcha sobre los montes, bajo el incendio del sol meridiano, había sido larga y pesada, sobre todo por la sed. Sobre la cima, el capellán había levantado rápidamente el altar de campaña y había comenzado la celebración de la Misa. Pero en el ofertorio, el acólito se había vuelto desconcertado hacia sus compañeros: la cantimplora reseca no daba más una gota de agua. Fue entonces que avanzó fuera de las filas un joven soldado, y, con gesto apurado ofreció al celebrante su intacta cantimplora de agua.
Aquella tarde ese soldado, hincado sobre sus rodillas en la tienda de campaña, escribía a su madre: “imagínate que sin mí el capellán no habría podido decir la Misa y que el agua de mi cantimplora se ha convertido en la sangre de Cristo en el cáliz de la Misa”.