viernes, 3 de abril de 2015

HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA. Homilía del Jueves Santo 2015


¡Haced esto en conmemoración mía!
Con esta celebración comenzamos el Santo Triduo Pascual en que cada año conmemoramos nuestra Redención: la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo; y que culmina en la noche del Sábado Santo con su Resurrección: Victoria sobre la muerte y el pecado. 
Las últimas semanas, la liturgia de la Iglesia, se ha vestido de luto y ha querido introducirnos en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: la conspiración y determinación por parte de los judíos de acabar con su vida, la trama de la traición de su discípulos, la entrada a Jerusalén marcada como camino hacia la cruz, el ocultamiento de Jesús porque todavía no había llegado su hora; y –hoy, en esta tarde del jueves santo- como un paréntesis, pero no como una celebración inconexa y fuera de lugar, se celebra la Santa Misa en tono festivo y alegre en recuerdo de aquella cena que el Señor quiso tener con sus discípulos horas antes de su muerte.
¿Qué quiso el Señor celebrar con sus discípulos?
A lo largo de los tres años de vida pública, el Señor habría compartido tantas veces la mesa con sus discípulos… El primer signo, las bodas de Caná, lo realiza en el banquete de una boda a las que había sido invitado junto con su Madre y sus discípulos… El Evangelio nos narra que muchas veces Jesús fue invitado a comer y cenar en casa de amigos (la suegra de Pedro, Lázaro y sus hermanas, Zaqueo) …  y también de algunos que siendo partidarios de los fariseos lo admiraban…  El Señor gustaba de sentarse a la mesa  con sus amigos, tanto que lo acusaron de “comilón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”.  
Nuestro Señor Jesucristo, Dios verdadero pero también verdadero hombre, no se vio libre durante su vida mortal de satisfacer la necesidad de comer para  sustentarse como cualquier hombre y mujer… Es más, en el desierto, el Señor después de ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre y, esto fue ocasión, para que Satanás le tentara. Pero las comidas del Maestro no era simple fraternidad humana o convivencia, sino  que eran momentos de revelación y manifestación de quién él era: un Dios que sale al encuentro del hombre y comparte su vida en las facetas más comunes como son el comer y el beber…  Un Dios cercano que hace sentar a su mesa también a aquellos pecadores que han reconocido su pecado y quiere vivir ahora según los mandamientos…
En su predicación y en enseñanzas, Jesús habla muchas veces de Reino de Dios como un banquete, como una boda a la que todos los hombres somos invitados.
Él mismo, no sólo será beneficiario de las invitaciones, sino que él será el que de la comida:  por dos veces multiplica los panes y los peces saciando a toda aquella multitud de hombres, mujeres y niños que había ido con él a un lugar descampado a escuchar su enseñanza  y doctrina. Esa misma comida se convierte en revelación de su persona: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, este pan es mi carne, mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida, quien coma de este pan y beba de este vino tendrá la vida eterna….  El Evangelista San Juan nos dirá como muchos se escandalizaron: ¿Cómo va este a darnos a comer su carne y a ver su sangre? (cfr. Jn 6)
Todo esto, prepara y anuncia lo que el Maestro realiza en esta tarde en la última Cena.

¡Haced esto en conmemoración mía!
Llegó el día de los Ázimos, en el que se había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan, diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.» Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles  y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer.» (Lc 22, 7 y ss)
Jesús quiere celebrar la Pascua con sus apóstoles y discípulos. Es la fiesta primordial del pueblo de Israel, memorial del acontecimiento salvífico más importante para ellos: la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza con Dios. Moisés estable los ritos de la fiesta:  "El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido.” (Ex 12)
Pero la Pascua que Jesús celebra con sus discípulos es totalmente distinta: adelanta la celebración, en ella no hay cordero, y los ritos que Jesús realiza son distintos a los acostumbrados. Jesús no quiere celebrar una fiesta de Pascua como la que habría celebrado desde Niño con sus padres, sino que Jesús quiere instituir la Nueva Pascua, su Pascua, el memorial de la nueva y definitiva alianza  de la que la pascua judía era figura y anuncio…
Cogiendo el pan y pronunciando la bendición, dice: Tomad y comed esto es mi cuerpo. Y después tomando el cáliz, dice: Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva alianza que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.
Aquí no hay cordero.  Es Jesucristo el verdadero Cordero que como siervo sufriente será sacrificado para el perdón de los pecados…  inmolado al atardecer del Viernes santo sobre la cruz su sangre rociará y caerá sobre las entrañas del mundo para purificarlo y salvarlo…. Y en esta cena, Jesús anticipa e instituye el sacramento de su pasión y de muerte utilizando el elemento del pan y del vino: ¡esto es mi cuerpo y esta es mi sangre!, ¡mi cuerpo entregado, mi sangre derramada!, ¡por vosotros, por muchos!, ¡para el perdón de los pecados!  
Se equivocan quienes sólo ven en la Santa Misa una reunión o asamblea, una oración, o un simple recuerdo.  La misa es el sacrificio de Cristo, el mismo que él realizó en la cruz, ahora de forma sacramental e incruenta, pero verdadero sacrificio.
El Apóstol san Pablo ante los abusos y mala comprensión del Sacramento de la Eucaristía, escribe a los corintios y les recuerda la tradición recibida: “Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido”. Y esto es lo que la Iglesia hace hoy y realiza cada día en el altar… Sacrificio que la Iglesia ha de renovar y actualizar cada día  para el perdón de los pecados… Esto es la Santa Misa, esto es la Eucaristía.

¡Haced esto en conmemoración mía!
Pero las palabras del Apóstol nos exhortan a considerar nuestra actitud y disposición cada vez que nos acercamos a este sacramento. El Señor lo instituyó para que lo recibamos, es más, si no comemos su carne y no bebemos su sangre no tendremos vida eterna… Pero, “cualquiera que coma  este pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la Sangre del Señor. Por tanto, examínese a sí mismo el hombre y entonces coma de ese pan y beba de ese cáliz. Porque quien le come y bebe indignamente, se come y be su propia condenación, no haciendo el discernimiento del cuerpo del Señor.”

Recuerdo simplemente las condiciones para comulgar debidamente:
1.                  Creer en Jesucristo y en su presencia en la Eucaristía. En la Sagrada Hostia está el mismo Cristo que nació de María la Virgen y que murió en la cruz. El mismo que ahora está glorificado en el cielo intercediendo por nosotros. No es un símbolo, no es una apariencia,  su presencia no es una alucinación o acuerdo comunitario… El está real, verdadera y sustancialmente presente.
2.                  Estar en gracia de Dios; es decir, sin conciencia de pecado mortal, habiendo confesado ante el sacerdote sus pecados y habiendo recibido la absolución… No podemos acercarnos a la comunión por rutina o costumbre o sentimentalismo… Mirad, que bebemos nuestra propia condenación… Es necesario recordar que aquellos que se encuentran en una situación de pecado público del tipo que sea, no pueden acercarse a la comunión hasta que arreglen su situación ante Dios y ante la Iglesia. La comunión no es un derecho que podemos exigir, sino que es un don que Dios nos da si correspondemos a su amor y exigencias.
3.                  Guardar el ayuno eucarístico establecido en una hora como mínimo, sin probar alimento, y que nos dispone a sentir hambre del Cuerpo de Jesús.
Hemos de cuidar nuestra participación en la Eucaristía con la adoración y la oración personal. Hemos de esforzarnos por prestar atención a las oraciones y lecturas que en ella se realizan, y hemos sobre todo –¡esto es la verdadera participación en la misa!- de cuidar nuestra unión interior con el Señor ofreciéndonos junto con él en sacrificio con toda nuestra vida.

¡Haced esto en conmemoración mía!
Y termino. Jueves santo: institución de la Eucaristía, memorial de la pasión y muerte del Señor. Pero también dos motivos más para agradecer y cantar las misericordias del Señor: institución de sacerdocio de la nueva alianza al mandar Jesús a sus discípulos renovar aquello que él mismo hizo y el mandato nuevo: “Amaos como yo os he amado”, hasta la muerte y muerte de cruz.

Que la Virgen Santísima nos enseñe a comprender y a vivir todas estas verdades como ella lo hizo para un día con ella y todos los santos participar del banquete del reino de los cielos, las bodas del Cordero, sentados a la mesa del Padre.