lunes, 12 de octubre de 2015

LA VIRGEN DEL PILAR, PROVIDENCIA DE DIOS. Homilía en la solemnidad de la Virgen del Pilar 2015


“Bendita y alabada sea la hora en que María Santísima
vino en carne mortal a Zaragoza.
Sea por siempre bendita y alabada.”

Queridos hermanos:

Dios que ha creado todas las cosas con amor, no se olvida de sus criaturas. Como una madre, que no puede olvidar al fruto de sus entrañas, Dios Nuestro Señor, en su providencia divina cuida y sostiene el universo para llevarlo a su realización definitiva: que todas las cosas sean  una en Cristo… Si Dios dejase de pensar en su creación, todo cuanto vemos dejaría de existir en un instante, el mundo se desplomaría.
En ese cuidado amoroso que Dios tiene de todos nosotros se sirve en muchas ocasiones de sus mismas criaturas para que colaboren con su Providencia. Todos nosotros por tanto, estamos llamados a ser colaboradores de Dios en el cuidado del mundo mediante nuestras  acciones y oraciones, pero también con nuestros esfuerzos y sufrimientos buscando siempre hacer su santa voluntad dando cumplimiento a sus misericordiosos designios.
¡Así es y actúa Dios! No necesitaba de nada, era feliz en sí mismo y en cambio creó el mundo. Es omnipotente y puede hacer cuanto quiere, y en cambio se somete a la libertad de sus criaturas. ¡Así es y actúa Dios! mendigo de nuestro amor, de nuestra libertad, de nuestra colaboración…

Pero en esa historia de la Providencia Divina, Dios, entre todas sus criaturas, escogió a una de ellas con un amor predilecto para que colaborase de forma única y del todo singular con él: su nombre es María, la virgen de Nazaret, desposada con José, de la estirpe de David.
A la Virgen Santísima, sólo a ella, le corresponde el título de Colaborada con mayúsculas. Colaboradora con mayúscula porque sólo ella nos dio al autor de la vida, sólo ella pudo engendrar en su seno al Hijo de Dios, sólo ella es Madre de Dios.
Con la mujer de la turba ante la persona de Jesús, el Hijo de María, todas las generaciones piensan en la madre del Salvador y felicitan a tal madre por la maravilla que Dios ha obrado en ella, por su hijo Jesús: “Beatus venter qui te portavit, et ubera quae suxisti.” Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.”
Sí, bendita tú, Virgen María, porque engendraste a Jesucristo, lo llevaste en tu seno, lo alimentaste, y como buena madre le diste todo tu amor y cuidados… siendo él tu misma vida.

Pero la tarea de la Virgen María no terminó en la Encarnación. Su Hijo quiso llevarla consigo al Calvario, a la cruz, a su sacrificio redentor para que unida a él, se ofreciese en expiación por los pecados de la humanidad. Ella, oferente junto a su Hijo, se convierte bajo el árbol de la cruz, como nuevo paraíso, en la compañía adecuada del Nuevo Adán que devuelve la salud al hombre caído. La Virgen María es llamada así Corredentora, alma socia del único Redentor.
Pero también en el Calvario, en el momento central de la historia de la salvación, en el momento de la cruz, la Virgen Santísima recibe una nueva misión, un nuevo mandato, una nueva llamada de Dios a hacer su voluntad: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.”
Jesús, en la cruz, le encomienda el cuidado de su discípulo, y en él el de todos los que habían de creer en su nombre, el cuidado de su Iglesia. La Virgen María, compañía  adecuada del Redentor es la nueva Eva, madre de los vivientes, madre de la nueva humanidad nacida de la sangre redentora de Jesús… y como Madre cuida, se preocupa y atiende a sus hijos…

Ella acepta: por eso, es para ella también la bienaventuranza que su Hijo pronuncia como respuesta a aquella mujer de la turba: Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan.
Sí, bendita tú Virgen María porque escuchaste la palabra de Dios y la guardaste. Bendita tú, Virgen María, porque escuchaste a tu Hijo que te llamó a colaborar en su obra redentora y junto con él te ofreciste en la cruz. Bendita tú, Virgen María, porque cuando tu Hijo te pidió que colaborases en el cuidado de los hombres, aceptaste y amaste al discípulo y en él a todos nosotros como si fuésemos tu mismo Hijo.

Queridos hermanos:
Al celebrar la Fiesta de la Virgen del Pilar, celebramos la providencia de Dios que ha querido darnos a su misma Madre, la Virgen María, como nuestra madre.
Madre, reflejo y colaboradora de Dios amoroso, es lo que fue la Virgen para el apóstol Santiago cuando en el año 40 de la era cristiana, se apareció en carne mortal a las orillas del Ebro para alentar al apóstol de su Hijo en la evangelización de la provincia romana de Hispania.
Madre, reflejo y colaboradora de Dios amoroso, es lo que la Virgen ha sido para con España, nuestra patria, a lo largo de su historia llena de grandes hazañas pero también de graves vicisitudes…  
Madre, reflejo y colaboradora de Dios amoroso, es lo que la Virgen ha sido para cada uno de tantos hombres y mujeres de fe que han conformado nuestra historia y legado lo que somos.
Madre, reflejo y colaborada de Dios amoroso, es lo que la Virgen quiere ser para cada uno de nosotros si nos acogemos bajo su protección.

Hoy, la Virgen María quiere entregarnos también a nosotros el Pilar sagrado. Hoy que nos vemos rodeados de apóstatas, de enemigos de Dios, de hombre duros de corazón, de un mundo y sociedad que en sus principios y leyes reniegan de su Creador, la Virgen nos invita a agarrarnos de su Pilar – símbolo de la fe recibida- y a acudir a su intercesión: ¡hay tanto por lo que pedir! ¡Hace falta tanta oración!
Hoy, que nos vemos tan tentados por todos lados a vivir en contra de la fe y la Palabra de Dios en un estilo de vida moderno dominado por el materialismo y el hedonismo, María Santísima nos entrega su Pilar –símbolo de la victoria de la verdad que es Jesucristo-, para que construyamos sólidamente sobre él nuestra vida, nuestra familia, nuestra patria. ¡Si quitamos el pilar de la fe y la verdad de lo que es y ha sido España, ésta finalmente desaparecerá! Se convertirá en otra cosa, pero ya no será España.
Hoy, que nos acecha la rutina, la desgana, que nos falta la motivación y la ilusión,  que nos falta el deseo de santos, la Virgen María, nos entrega su Pilar –símbolo de la gracia de Dios- para que renovemos nuestra confianza y nos entreguemos con nuevo celo y ardor a la conquista del cielo, a ganar almas para Dios, sabiendo que con su gracia nos basta, que con su gracia podemos.

Con todo esto en nuestros corazones y acogiendo este pilar bendito, continuemos la Santa Misa, poniendo ante el altar todas nuestras necesidades y también las de nuestra Patria con sus representantes y todos sus pueblos, familias y personas, sus proyectos y también sus problemas y dificultades:
“A ti, Virgen Santísima del Pilar acudimos, ruega por nosotros y después de colaborar con Dios en la realización de un mundo más justo y fraterno, haznos dignos de alcanzar la promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.”