martes, 17 de noviembre de 2015

CRISTO, GRANO DE MOSTAZA Y LEVADURA. Homilía del domingo VI después de Epifanía tranferido


VI domingo después de Epifanía transferido
XXV domingo después de Pentecostés
Iglesia del Salvador de Toledo, 15 de noviembre de 2015

El Reino de Dios es una realidad misteriosa de la que Jesús nos habla muy frecuentemente en los Santos Evangelios. Realidad misteriosa que  Jesús revela a través de parábolas y comparaciones cumpliéndose así el oráculo del profeta: “Hablaré en parábolas, anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.”  Pero a pesar de que las parábolas toman ejemplos y elementos muy sencillos de la realidad, muchas veces no llegamos a una comprensión clara y completa de lo que Jesús no está diciendo.
¿Qué es el Reino de Dios, el reino de los cielos? ¿Qué quiere decir Jesús con esta expresión?
“El Reino de Dios ha llegado ya” (Lc 11, 20), “El Reino de Dios está en medio de vosotros,” (Lc 17, 21) porque el Reino de los cielos es la misma persona de Jesucristo. Él, el Hijo eterno de Dios, la Palabra que existía desde el Principio se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ha puesto su morada entre nosotros.  Cuando Jesús habla del Reino de Dios está hablando de sí mismo, del misterio de su persona.  
A la luz del Evangelio que hemos proclamado y lo que acabamos de decir: Jesús  es el grano de mostaza y esa pequeña porción levadura.
Grano de mostaza y porción de levadura son realidades pequeñas, inapreciables, de poco valor; pero encierran en sí una potencia magnífica y un poder maravilloso: se convertirá en un árbol frondoso, fermentará toda la masa.
Aparentemente podemos pensar ¿quién es Jesús? ¿su vida? ¿su mensaje? Los mismos que convivieron y fueron contemporáneos de él lo rechazan, lo ven con sospecha y tienen prejuicios contra él. “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46) pregunta Natanael cuando Felipe le dice que ha encontrado al Mesías.  Cuando Jesús va a su ciudad de Nazaret la reacción de sus conciudadanos no es mejor: “¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces ¿de dónde saca todo eso?” Y se escandalizaban a causa de él.” (Mt 13, 54-57)  
La persecución, insidia, traición y entrega al poder romano para que lo ejecutasen a muerte crucificándolo es también la constatación de que el Reino de Dios encarnado en la persona de Nuestro Señor Jesucristo es rechazado porque no cumple las expectativas de grandiosidad y magnificencia que el pueblo de Israel esperaba.
Esta misma actitud se da nuestro mundo: se desprecia lo pequeño, lo humilde, lo poco valioso… se ama por el contrario lo grande y vistoso, lo que llama la atención… Por eso, Jesús, la Iglesia, la vida cristiana no es valorada porque no tiene los medios de los grandes de la tierra y no ofrece a primera vista atractiva alguno. A la vista de muchos, ser cristiano hoy es sinónimo de poco listos, incluso de ser desequilibrios mentales…

El grano de mostaza ha de ser sembrado y la levadura mezclada con la harina. Las dos parábolas hablan sin parecerlo de la Pasión y muerte del Señor. Misterio de la cruz  que “escándalo para los judíos y necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos como griegos, es poder de Dios y sabiduría de Dios.” (1Cor 1, 23)
La muerte de Cristo desde una visión mundana es una desgracia y un fracaso.  “Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y desciende de la cruz” (Mt 27, 40) –decían las gentes al pasar delante del Crucificado.
Pero Jesús nos enseña a interpretar el misterio de su Pasión y muerte: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo –en este caso, el de mostaza- no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto.” (Jn 12, 23-24) Y lo mismo podemos decir de la levadura que si no se pierde y mezcla con la harina, se estropea y no sirva ya para nada.
Así también la Iglesia y nosotros hemos de entender que vida cristiana no es la búsqueda de éxito y relevancia, no es la búsqueda del aplauso y el reconocimiento, no es la comodidad y el descanso… es seguir a Cristo haciéndose grano de mostaza y levadura, perdiendo la vida para hallarla en toda su plenitud.

El grano de mostaza germina, crece y se convierte en un árbol frondoso donde las aves se cobijan. La levadura mezclada y disuelta hace fermentar la harina.  El fruto de la Pasión de nuestro Señor es la redención de todos los hombres. La deuda infinita del pecado queda satisfecha por los méritos infinitos de la Pasión de Cristo. Con su glorificación en la Resurrección y Ascensión, Jesús nos abre las puertas del Paraíso, nos da potencia de resurrección y nos posibilita ir al cielo por toda la eternidad. Él es el árbol frondoso donde poder habitar todos nosotros. Él, con su gracia, fermenta y hace crecer la harina de nuestra naturaleza humana dándonos la misma vida divina. Esto es el Reino de Dios, esto es Jesús.

Pero el Reino que ha llegado y ya está en medio de nosotros ha de ser acogido y recibido por cada uno, porque el Reino de los cielos todavía está aumentando, creciendo, desarrollándose… ¿Cómo entonces saber acoger este Reino? ¿Cómo saber que el reino de los cielos está en nosotros?

San Pablo en la epístola nos da una pista. El apóstol da gracias a Dios y felicita a los tesalonicenses por el testimonio de su vida cristiana, por la forma tan espléndida que han tenido de acoger la predicación del Evangelio, el anuncio del reino que el apóstol les ha llevado. “Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo habéis manifestado vuestra fe con obras, vuestro amor con fatigas y vuestra esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia.” (1Tes 2, 3)
Así como la comunidad de tesalónica, la Iglesia y cada uno de nosotros  manifestamos la acogida de este reino si nuestra fe va acompañada de obras, si nuestra caridad va acompañada de trabajos y fatigas, si nuestra esperanza va acompañada de constancia.
No podemos separar nuestra fe de nuestra obras, no podemos ser personas distintas en la iglesia y en la calle, no puede haber incoherencia entre la fe que profesamos con los labios y nuestra vida.
La caridad, el amor a Dios y al prójimo, ha de manifestarse en obras de misericordia, en darse a los demás, en la preocupación y ayuda a los hermanos.
La esperanza ha de ser acompañada de la constancia: constancia en el bien obrar, constancia en la vida de gracia, constancia en la oración.

En este día que se hace memoria de San Alberto Magno recogemos todo esto que hemos meditado y lo expresamos en la oración que el mismo compuso, para que estas verdades se conviertan en vida y así el reino de Dios crezca en cada uno de nosotros

“Señor mío, Jesús.
puesto que Tú eres la verdadera luz, la unción,
la palabra y toda virtud,
ilumina mi entendimiento, cura mis afectos,
dirige mi lengua
y fórmame para el misterio.
Que tu gracia, viniendo a mi,
pase a mi inteligencia, de mi inteligencia a mi voluntad,
de mi voluntad a mi corazón, de mi corazón a mis labios,

de mis labios a mis obras y que crezca siempre en mí. Amén.”