lunes, 9 de noviembre de 2015

“DIOS SEMBRÓ SEMILLA BUENA”. Homilía del domingo 8 de noviembre


8 de noviembre de 2015
V domingo después de Epifanía Transferido
XXIV domingo después de Pentecostés

“DIOS SEMBRÓ SEMILLA BUENA”


“Vio entonces Dios todo lo que había hecho y todo era muy bueno”. (Gn 1, 31)  Con estas palabras concluye el relato de la acción creadora de Dios al principio de los tiempos. Dios, que es la misma bondad, creó un mundo bueno, lleno de hermosura y equidad, lleno de belleza y equilibrio. A cada una de sus obras, Dios comunicó su misma bondad, y de una forma particular al hombre al que creó a imagen y semejanza suya…  
Dios es el Padre de familias, ese hombre de la parábola, que sembró semilla buena.  Toda la creación nos habla de la bondad de Dios y al contemplar todo lo bueno que Dios ha creado lo elevamos al grado infinito en Dios. Pensemos solamente en la bondad que Dios ha puesto en el corazón de una madre con respeto a sus hijos, ¿cómo no será de grande e infinito, de bello y bueno, el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros?   
Con razón el salmista canta: Señor, tu bondad llega hasta el cielo, hasta las nubes tu fidelidad, tu justicia es como los altos montes,  tu derecho, un abismo insondable. Tú, Señor, salvas a hombres y animales. ¡Oh Dios, qué inapreciable es tu bondad!  (Sal 36, 6-7)
Pero en la noche, -es decir- en la ausencia de Dios-,  o mejor dicho: cuando el hombre y la mujer se alejaron de él; vino la serpiente, enemiga de Dios, y sembró la cizaña en sus corazones. 
Dios no es el autor del mal ni es algo que él quiera, pues sería una contradicción con su mismo ser que es la bondad. “Por el primer hombre entró el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte”. (Rom 5, 12) – exclama san Pablo; pues el pecado es la rebelión ante el orden bueno que Dios ha establecido. El hombre con su desobediencia trajo sobre sí y sobre sus descendientes el mal, el desorden, el caos… Las palabras de Dios tras el pecado así lo expresan: “parirás con dolor”, “con fatiga trabajarás”, “con el sudor de tu frente comerás el pan” …
“Cuando creció la hierba y se formó la espiga, apareció también la cizaña.” Los siervos preguntan al amo sobre la bondad de la semilla plantada: ¿Señor, no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es posible que tenga cizaña?
La parábola que Jesús presenta el Evangelio nos lleva a considerar el misterio del mal en el mundo. Como esos siervos, muchos hombres a lo largo de la historia se han preguntado: Si Dios es bueno, por qué hay desastres naturales, por qué hay guerras, por qué consiente que haya hombre malos y perversos, por qué consiente que cada día cientos de niños mueran de hambre, por qué permite que miles de niños sean asesinados en el vientre de sus madre por el crimen abominable del aborto? Si Dios es bueno, ¿por qué permite que mi esposo, mi hijo, yo mismo tenga esta enfermedad, este cáncer o haya venido esta desgracia sobre mi familia?
¿Señor, no sembraste semilla buena en tu campo? El hombre pregunta a Dios porqué el mal. La respuesta del señor no es una excusa, sino una constatación: No he sido yo, yo sólo puedo ser autor de los bueno, ha sido el enemigo. Sí, mi enemigo, que es también el vuestro: Satanás, el maligno.  
Dios, ante la rebelión de Satanás y el pecado de nuestros primeros padres, podría haber destruido toda su creación y haber hecho mil creaciones más… Dios podría enviar un rayo fulminante  y hacer desaparecer en el mismo instante a cada hombre que se revelase contra sus mandamientos o desobedeciese…
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Es lo que refleja la actitud de los siervos y que muchas veces es también nuestra propia actitud. Muchas veces queremos arrancar la cizaña rápidamente, no siendo conscientes de que podemos dañar el trigo. Somos intransigentes con la cizaña de nuestros prójimos, y en cambio, bien laxos con la nuestra… Pronto levantamos la espada de la justicia y la verdad hacia los demás, y no lo hacemos hacia nosotros mismos.
La parábola nos muestra la paciencia como el designio misterioso de la providencia de Dios: “No, dejad que crezcan juntos hasta el tiempo de la siega”.
Dios se muestra paciente, prefiere esperar, -a pesar de que detesta el mal- no quiere por su culpa dañar el trigo plantado… Es más, Dios tiene la esperanza de que la cizaña pueda convertirse en trigo bueno… pues el Dios en el que creemos “no quiere la muerte del pecador sino que se convierta de su conducta y viva.” Por lo que es necesario esperar hasta el momento de la siega. Alguno podrá acusar a Dios de impasible o insensible, de “pasota”, de vivir tras la barrera… Alguno podrá perder incluso la fe en ese Dios que no actúa “ya y ahora” y resuelve su problema, perder la fe en ese Dios que parece que se hace cómplice del mal y se pone del lado de los malos….
¿Es, entonces, Dios cómplice del mal? ¿Por qué permite que acampe a sus anchas tanta maldad y obre libremente…? Desde la fe no podemos decir más que Dios no desea el mal y si lo consiente es porque “hasta de los males, él puede sacar bienes”. Él mismo, en su propia carne y santa humanidad será víctima del mal: su pasión y muerte es fruto de la maldad y ruindad, de la traición y de la venganza, de odio y de la injusticia.  Y, en cambio, por haber consentido ese mal, Dios nos ha dado el mayor bien que el hombre haya podido recibir: la redención, el perdón de los pecados, la vida eterna.
Cuesta aceptar el mal cuando se hace presente en nuestra vida de una forma más patente; pero como cristianos hemos de aceptarlo desde el misterio providente de Dios y desde el mismo misterio de la cruz al que estamos llamados asociarnos. “Si morimos con Cristo, resucitaremos con él; si sufrimos con él, reinaremos con él.”
Llegará la siega. Entonces se separará la cizaña del trigo. La cizaña será arrojada al fuego, el trigo guardado en el granero de Dios.  El día de Dios, el día del juicio, que llegará, pues ya está viniendo, Dios hará justicia; el triunfo de la verdad y de la bondad será manifiesto ante todos.

Queridos hermanos:
El reino de los cielos al que Jesús compara esta parábola del trigo y de la cizaña es también cada uno de nosotros: donde el bien y el mal crecen juntos.  “Ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos” –solía decir el rector de mi seminario menor.
Si examinamos nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestros deseos y sentimientos, nuestras mismas palabras comprobaremos que hay un porcentaje de trigo pero también un porcentaje de cizaña.
El tiempo de nuestra vida es un regalo de la paciencia de Dios. Si el tuviese que juzgarnos ahora, en cada momento, no tendríamos más destino que el fuego eterno. “Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación” –decía el apóstol San Pedro.  Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación  y ahora hemos de aprovechar el tiempo que Dios nos da, este mismo día, para ir arrancando o transformando nuestra cizaña en trigo, procurando que haya más trigo que cizaña.
¿Cómo hacer esto, cómo poder transformar nuestra cizaña en trigo bueno y qué en el campo de nuestro corazón haya más trigo?  Siguiendo la enseñanza del apóstol san Pablo en la epístola: “Como escogidos que sois de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de benignidad, humildad, modestia y paciencia: sufríos unos a otros y perdonaos mutuamente.”
Acudamos a María Santísima con confianza, pues en su corazón sólo hubo trigo bueno: que ella nos enseñe a detestar el mal y amar el bien, a dejar las obras malas y practicar buenas obras. Que ella nos de la fuerza y el coraje de arrancar de nuestro corazón toda la cizaña que nos aparta de Dios. Que así sea. Así lo pedimos. Amén.