martes, 24 de noviembre de 2015

EL TEMOR, EL MIEDO Y LA DUDA SE DISIPAN CONTEMPLANDO EL AMOR QUE DIOS NOS TIENE. Homilía en la conmemoración del Padre Pio - noviembre 2015


En el mes de noviembre parece que la naturaleza con su otoño y la liturgia se aúnan para invitarnos a considerar las realidades últimas de la existencia del hombre: la muerte  y, con ella, la pregunta sobre la vida eterna. La caída de las hojas de los árboles, la infertilidad de los campos y el menguar de los días nos recuerdan que todo lo que está vivo ha de morir, todo tiene un principio y un fin, y así también la vida del hombre sobre la tierra; pues sólo Dios es eterno, sin principio ni fin.
Esto que aprendemos al observar la naturaleza, es recogido en la liturgia de este mes:
1.    La conmemoración de los fieles difuntos nos invita a considerar la muerte y, tras ella, el juicio particular cuando cada uno de nosotros se presente ante Dios así como la suerte de aquellos que ya murieron invitando a la oración, los sacrificios y las limosnas en favor de los que amamos para que Dios tenga misericordia de ellos si se encuentran en el purgatorio purificándose de sus culpas.
2.    La solemnidad de todos los santos nos evoca la vocación al cielo y la vida bienaventurada a la que Dios llama a todos los hombres, pues para eso lo ha creado. Esta vida dichosa se nos recuerda también con la fiesta de la dedicación de las iglesias.  
3.    Pero también, en contraposición, se nos recuerda la posibilidad real del infierno, el alejamiento de Dios, de aquellos que viven como si él no existiera. Infierno posible para aquellos que no lo aman ni quieren amarlo. Infierno posible para aquellos que se dejan llevar por el odio, la violencia y la ira sembrando a su paso dolor, sufrimiento y muerte. Infierno posible para aquellos que se burlan, blasfeman y sacrílegamente actúan en contra de Dios.
El infierno no es un “cuento” para niños, es tan real como que hay mal y personas malvadas.

Ante estas realidades finales de nuestra existencia podemos sentir incertidumbre,  o incluso miedo o temor: ¿Cómo será la mirada de Dios cuando me presente ante él? ¿Qué me dirá cuando yo con toda mi vida me encuentre delante de él? ¿Cuál será mi destino? ¿Oiré aquellas palabras de “Venid, benditos de mi Padre” o por el contrario serán pronunciadas las terribles palabras “Apartaos de mí, malditos”?

Queridos hermanos:
Una vez más acudimos a nuestra cita mensual con nuestro querido Padre Pio de Pietrelcina. El también muy frecuentemente se hizo y meditó sobre estas preguntas y realidades últimas de su existencia: él, que desde joven gozaba de fama de santidad ante el mundo entero, se preguntó también cuál sería su destino tras su muerte. En ningún momento, el Padre Pío se dejó llevar por la falsa tentación y seguridad de considerarse “salvado”. Es más, en su lucha interior, constantemente se le presentaba la posibilidad de condenación por no ser “buen sacerdote”, lucha interior que le provocaba miedo y temor de vivir separado de su Dios, su amor, por toda la eternidad.

¿Cómo superó Padre Pío estos temores? Sin duda alguna, dejándose iluminar por las verdades de fe, abandonándose en Dios con confianza y humildad, avivando en su corazón un firme esperanza en el Señor, perseverando en la oración. Una hermosa prueba de ello es la siguiente oración que recogemos de sus escritos y que en esta tarde podemos hacer también nuestra:  

Tu reino no está lejos y tú nos haces participar de tu triunfo en la tierra
para después hacernos partícipes de tu reino en el cielo.
Haz que, al no poder dar cabida a la comunicación de tu amor,
prediquemos con el ejemplo y con las obras tu divina realeza.
Toma posesión de nuestros corazones en el tiempo
para poseerlos en la eternidad.
Que nunca nos retiremos de debajo de tu cetro,
y ni la vida ni la muerte consigan separarnos de ti.
Que nuestra vida sea una vida sacada de ti a grandes sorbos de amor
para expandirla sobre la humanidad
y que nos haga morir en cada momento
para vivir sólo de ti y derramarte en nuestros corazones. Amén.

“Tu reino no está lejos” –afirma el Padre Pio dirigiéndose al buen Jesús. Tu reino no está lejos porque tú has venido, te has acercado y has puesto tu morada entre nosotros. Tú eres el Enmanuel, el Dios con nosotros. Y tú mismo, Señor, has dicho el reino de Dios ha llegado a vosotros, no lo busquéis aquí o allá, porque el Reino de los cielos está dentro de vosotros, en vuestro corazón. Un reino que continuamente se acerca a nosotros,  pues estoy a la puerta llamando, si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos.
Tu reino no está lejos” porque quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad… “Tu reino no está lejos” porque tú mismo con tu pasión y muerte has pagado la deuda que nos alejaba de él y con tu propia resurrección y ascensión has abierto las puertas del Paraíso y has ido a prepararnos sitio; y aunque para nosotros es imposible alcanzarlo con nuestras propias fuerzas, tú nos lo das porque tu misericordia es eterna y tu fidelidad de generación en generación.

Tu reino no está lejos y tú nos haces participar de tu triunfo en la tierra para después hacernos partícipes de tu reino en el cielo”-continúa afirmando el Padre Pío-.
Participamos de tu triunfo, pues estás sentado a la derecha del Padre y reinas glorioso en el cielo, y nosotros aunque peregrinos todavía experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor y poseemos en prenda la vida futura que nos da a través de la gracia de los sacramentos.
Participamos de tu triunfo pues confesamos tu gloriosa resurrección, -pues si Cristo no ha resucitado, nuestra fe no tiene sentido- venciendo la fatalidad de la muerte y el pesimismo de aquellos que viven sin esperanza pues nosotros aguardamos los cielos y la tierra nueva donde ya no habrá llanto, ni luto, ni dolor.  
Participamos de tu triunfo cuando damos muerte en nosotros a las obras del hombre viejo y vivimos según la condición de hombres nuevos, a la medida tuya, el hombre perfecto, cuando rechazamos la tentación, detestamos el pecado.  Participamos de tu triunfo, cuando a pesar de sufrir en nosotros los embates del enemigo experimentando nuestra fragilidad y debilidad, nos dejamos bañar y purificar por el sacramento de la Confesión que nos perdona los pecados.
Participamos de tu triunfo al unirnos en la Santa Misa a ti Sacerdote y Rey Eterno, uniendo nuestras voces y nuestra oblación a la Virgen María, a los ángeles y a los santos, llegando hasta el trono de Dios nuestras oraciones y sacrificios, hasta que también nosotros, pecadores siervos tuyos, que confiarnos en tu infinita misericordia, seamos admitidos en su compañía, no por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad.

La oración del Padre Pio sigue diciendo: “Haz que, al no poder dar cabida a la comunicación de tu amor.” Pues, nosotros pobres criaturas limitadas y materiales, no podemos contener en nosotros la inmensidad del amor de Dios en nosotros; pero paradoja asombrosa que Dios mismo se hace conforme a nuestra limitación para dársenos; tan pequeño se hace, que viene a la Eucaristía y en apariencia de pan y vino se nos da por alimento… Ojalá seamos algún día capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento, para que seamos colmados hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
“Haz entonces, que prediquemos con el ejemplo y con las obras tu divina realeza” pues como el cielo proclama la gloria de Dios y  el firmamento pregona la obra de sus manos, así también nosotros, criaturas tuyas,  sin que hablemos, sin que pronunciemos palabra alguna, sin que resuene nuestra voz,  por medio de nuestro ejemplo y vida virtuosa hagamos que a toda la tierra alcance tu pregón  y hasta los límites del orbe el lenguaje de tu amor.

“Toma posesión de nuestros corazones en el tiempo para poseerlos en la eternidad” suplica el Padre Pío a Jesús Rey manso y humilde. Toma posesión de nuestro corazón por medio de tu santo Espíritu, que encienda con su luz nuestros sentidos; infunda su amor en nuestros corazones; y, con su perpetuo auxilio, fortalezca nuestra débil carne; aleje de nosotros al enemigo, nos dé pronto la paz, sea nuestro guía, y  bajo su dirección, evitemos todo pecado.

“Que nunca nos retiremos de debajo de tu cetro” pues como están los ojos de los  esclavos fijos en las manos de sus señores, así también están nuestro ojos fijos en el Señor Dios nuestro. Que no nos retiremos de tu cetro, pues, tú eres el buen Pastor, que nos conduces con cayado dulce y suave hacia la fuentes de agua fresca, de vida eterna; y así  “ni la vida ni la muerte consigan separarnos de ti” pues “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Pues estamos convencidos de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 31-32.38-39).

Termina su oración el Padre Pío pidiendo: “Que nuestra vida sea una vida sacada de ti a grandes sorbos de amor para expandirla sobre la humanidad  y que nos haga morir en cada momento para vivir sólo de ti y derramarte en nuestros corazones.” Pues Cristo es la fuente viva, el mismo es la vida, y como la cierva sedienta hemos de correr a él para que nos dé su propia vida y como la Samaritana hemos de pedirle: “Señor, danos de ese agua viva”  pues quien beba de su agua ya no tendrá más sed.


Queridos hermanos: el temor, el miedo y la duda se disipan contemplando el amor  que Dios nos tiene; y, siempre desconfiando de nuestras propias fuerzas, con confianza y humildad empeñar toda nuestro ser, alma y corazón en amar al que nos ha amado antes, sin reservarnos nada, sin medidas y cálculos. Que esta sea hoy la lección del pobre fraile capuchino Pío de Pietrelcina, que sea también nuestra propia oración. Así lo pedimos.