domingo, 22 de noviembre de 2015

TRATAR DE COMPRENDER


HOMILÍA DEL OFICIO DE MAITINES SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO

XXVI Y ULTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de san Jerónimo, presbítero
La invitación que se nos hace a tratar de comprender, indica que la profecía no carece de misterio. Nosotros tenemos así en Daniel: ‘Y a la mitad de la semana cesaron la oblación y el sacrificio; y la abominación de la desolación será en el templo, y la desolación continuará hasta la consumación el fin’. De esto habla también el Apóstol, ‘el hombre de iniquidad y de oposición se elevara contra todo eso que es llamado Dios y adorado, él empujará la audacia hasta sentarse en el templo de Dios y hacerse pasar él mismo por Dios.” Y vendrá acompañado del poder de Satanás, para hacer perecer e inducir a apartarse de Dios a los que lo acojan. Todo esto puede entenderse, o simplemente del Anticristo, o de la imagen de César que Pilatos hizo poner en el templo, o de la estatua ecuestre de Adriano que vemos  aun hoy emplazada en el mismo Santo de los Santos. Y como, según el Antiguo Testamento, la palabra abominación quiere decir ídolo, desolación viene a continuación, porque es en el templo arruinado y destruido, que viene a ponerse el ídolo.
La abominación de la desolación, puede entenderse también de toda doctrina perversa. Si, en efecto, vemos el error erigirse en el lugar santo, es decir en la Iglesia, y hacerse pasar por Dios, nosotros debemos huir de Judea a las montañas, es decir abandonar ‘la letra que mata’ y la perversidad judaica, refugiarnos sobre las montañas eternas de lo alto de las cuales Dios hace brillar su admirable luz y mantenernos sobre el techo y sobre la azotea, adonde no pueden llegar los dardos inflamados de demonio, no bajar a recoger nada de la casa de nuestra vida primera ni ir a buscar lo que está detrás de nosotros; antes bien, sembrar en el campo de las Sagradas Escrituras a fin de recoger sus frutos; finalmente no entretenernos a recoger una segunda túnica, ya que a los Apóstoles les está prohibido poseerla.