jueves, 10 de diciembre de 2015

EN EL CALVARIO ES DONDE SE HAN FORMADO LOS SANTOS. Beato Marco Antonio Durando


EN EL CALVARIO ES DONDE SE HAN FORMADO LOS SANTOS. 
Beato Marco Antonio Durando 
El Calvario es el monte de los que aman y las llagas abiertas de Jesús crucificado son el refugio y la morada de las palomas del Señor. El que no ama estar en el Calvario o habitar en esas llagas, nunca amará verdaderamente a Jesús. Puesto que si fue el amor lo que le hizo abrazar la cruz y lo clavó al duro madero, si, en fin, sufrió y murió por el gran amor que tenía hacia cada uno de nosotros, ¿podremos nosotros permanecer indiferentes a su caridad tan abundante?, ¿podemos dejar de amar un bien tan infinito, a un Dios que se deshace en amor hacia nosotros? Sobre el Calvario es donde han aprendido a amar Teresa, Catalina, Inés y todos los santos del cielo.
Para hablar bien del amor de Cristo crucificado se necesitaría una pluma empapada en la sangre del Crucificado y un corazón que sienta, que ame y que viva sacrificado al amor y a la santa voluntad de Dios. Pero yo he estado tan alejado de esta disposición que no encuentro otra salida si no es la de humillarme y confundirme. No amar a Dios que por nuestro amor ha padecido y muerto, ¡qué delito!. Desde hace tantos años haber estado en la escuela del Crucificado y no haber aprendido todavía la lección tan fácil del amor; predicar a los demás el amor de Dios y permanecer insensible y frío, ¡qué monstruosidad!.
Si nos ordenase continuos ayunos, largos viajes, penitencias corporales, podría disculparme diciendo: No puedo. Pero nos manda amarlo; ¿qué excusa tengo si soy insensible? ¿qué mandamiento hay más fácil, más dulce, más suave que éste? ¡Ay de mí, que severos reproches en el gran día del juicio! ¡No haber amado al padre más amoroso, al amigo más sincero, al hermano más tierno y al esposo más bello y atrayente!. ¿qué indignidad existe mayor que la nuestra? ¡Haber recibido un corazón para amar a Jesús y profanar y ensuciar este corazón introduciendo en este santuario el amor a las criaturas!. ¡Él nos ama tanto y nosotros tan fríos! ¡Él nos pide nuestro corazón y nosotros se lo negamos para dárselo a la criatura! Él con invitaciones, con remordimientos y estimulándonos insistentemente a amarlo y nosotros haciéndonos los sordos a sus llamadas, apagando los remordimientos y viviendo sin amarlo. ¡Ah, qué pocos son los que aman a Jesús! ¡Dicen que lo aman, pero en realidad no lo aman! Lo aman en el Tabor, pero no en el Calvario; lo aman cuando experimentan alguna ternura y sensibilidad, pero no en las contrariedades y en las humillaciones. ¡Ah, qué pocos, incluso personas religiosas, son los que aman verdaderamente y con todo el corazón a Jesús Crucificado!.
Dios nos conceda la gracia de ser del número de estos pocos.