martes, 8 de diciembre de 2015

OH VIRGEN PURÍSIMA Y DIGNÍSIMA DE TODA ALABANZA


HOMILÍA DEL OFICIO DE MAITINES SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO

8 de diciembre
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de San Germán, obispo

Ave, María, llena de gracia, más santa que los santos, más excelsa que los cielos, más gloriosa que los querubines, más digna de veneración que toda criatura. Salve, oh palamo que nos traes el fruto del olivo y nos anuncias a aquel por quien somos preservados del divino diluvio universal y que es para nosotros el puerto de salvación; tus alas tienen la blancura de la plata, y en su dorso fulgura el oro y los rayos del Espíritu Santo, Espíritu iluminador. Salve paraíso de Dios, jardín racional, sumamente agradable, hoy plantado en el Oriente por la mano benigna y omnipotente del mismo Dios, que exhala en olor suave del lirio, y produce la rosa de inalterable belleza para curación de los que, del lado del occidente, habían bebido hasta las heces la amargura de una muerte desastrosa y funesta para el alma; paraíso en donde florece, para el conocimiento de la verdad, el árbol de la vida que da la inmortalidad a los que prueban su fruto.  Ave, palacio de Dios, Rey sumo, santamente edificado, inmaculado y purísimo, adornado todo él por la munificencia del mismo Dios Rey. Este palacio ofrece a todos a hospitalidad, y les conforta con místicas delicias; en su recinto se halla el tálamo del Esposo espiritual, no fabricado por la mano del hombre, y resplandeciente con variedad de ornamentos; allí fue donde el Verbo, cuando quiso llamar a la humanidad extraviada, se unió a la carne, para reconciliar con su Padre a los que habían sido desterrados por causa de su propia voluntad.
Salve, Monte de Dios fertilísimo, en el cual fue alimentado el Cordero lleno de sabiduría que llevó nuestros pecados y dolencias; monte del cual se desprendió , sin ser tocados por mano alguna, aquella piedra que destrozó las aras de los ídolos, y quedó constituida en piedra angular, admirable a nuestro ojos. Salve, trono santo de Dios,  altar divino, casa de gloria, ornamento sumamente hermoso, tesoro elegido, propiciatorio de todo el universo, y cielo que publica la gloria de Dios. Salve, urna formada de oro puro, que contiene la dulzura más suave de nuestras almas, o sea a Cristo, el verdadero maná.  Oh Virgen purísima y dignísima de toda alabanza y obsequio, templo consagrado a Dios, superior en excelencia a toda criatura, tierra intacta, campo fecundo sin ser cultivado, viña la más florida, fuente que mana agua abundante; Virgen fecunda y madre sin concurso de varón, tesoro oculto de inocencia y hermosura toda santa.  Con tus preces, las más aceptas y las más poderosas, y con tu materna autoridad ante el Señor y Dios, creador de todas las cosas que es tu Hijo, engendrado de ti sin que tuviera padre en la tierra, te pedimos que dirijas el gobierno del orden eclesiástico y nos conduzcas a puerto tranquilo.
Reviste espléndidamente a los sacerdotes de justicia y de los sentimientos de una fe probada, pura y sincera. A los príncipes ortodoxos para los cuales eres, con preferencia al esplendor de la púrpura o del oro y de las margaritas y piedras preciosas, la diadema, el manto real y la gloria más sólida, dirígeles en su gobierno tranquila y prósperamente. Abate y sujeta a las naciones infieles que blasfeman contra ti y contra el Dios nacido de ti, y confirma en la fe a sus pueblos, a fin de que perseveren, según el precepto de Dios, en la obediencia y en una suave dependencia. Corona con el honor de la victoria a esta ciudad que te está consagrada, la cual te considera como su torre y fundamento. Guarda, rodeándola de fortaleza, la morada de Dios; conserva siempre el decoro del templo; libra a los que te alaban de todo peligro y congoja de espíritu, da la libertad a los esclavos, sé el alivio de los caminantes privados de refugio y de todo auxilio. Alarga tu mano auxiliadora a todo el universo, a fin de que celebremos tus fiestas con gozo y exultación, de que todas terminen, con ésta que estamos celebrando, dejándonos frutos espléndidos, en Jesucristo, rey del Universo y nuestro verdadero Dios, a quien sea la gloria y el poder juntamente con el Padre, el santo principio de la vida, y con el Espíritu, coeterno, consustancial, y que reina con él, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.