sábado, 2 de enero de 2016

DESEEMOS LA VERDADERA CIRCUNCISIÓN. Homilía del 1 de enero de 2016


OCTAVA DE NAVIDAD. La circuncisión del Señor
1 de enero de 2015, Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
¡Feliz año nuevo!

Durante ocho días la Iglesia ha querido prolongar la celebración gozosa de la Nacimiento del Salvador; coincidiendo el octavo día de esta fiesta con el inicio del año civil.
Jesucristo, el Hijo Eterno del Padre, haciéndose hombre  en el seno de María Santísima entra en la historia de los hombres. Aquel que existía desde siempre, comienza a existir en la limitación del tiempo… Es más, con su nacimiento, comienza un tiempo nuevo, el tiempo de la salvación, el tiempo de Dios. El niño nacido en Belén marca el inicio de una nueva etapa, etapa final y definitiva de la historia de la humanidad hasta que vuelva revestido de gloria y majestad para inaugurar unos cielos nuevos y una tierra nueva.
Para el cristiano, el cambio de año no ha de ser simplemente una celebración mundana o un simple cambio de hoja de  almanaque, tampoco una celebración supersticiosa ante el futuro, y mucho menos como es lamentable en nuestro días, una celebración frívola de desenfreno y pecado.
Nosotros, cristianos, comenzamos un nuevo año en Cristo, en el Señor, porque Cristo es el Señor de la historia y del tiempo.  Y comenzamos el año, al octavo día de su nacimiento en carne, porque Cristo es el octavo día de la Creación. Con su nacimiento, Nuestro Señor Jesucristo ha restaurado la creación y al hombre sometido al poder del pecado y de la muerte, sometido al dominio del Maligno y de la corrupción. Por eso, el Apóstol exclama en la epístola: Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, que trae al Salvador de todos los hombres.   (Tt 2, 11)
Al unirse a nosotros, en nuestra misma naturaleza mortal, el Hijo eterno de Dios nos ha devuelto la herencia que nuestros primeros padres perdieron por el pecado. Porque él que es del cielo se hizo verdaderamente hombre, hay posibilidad de que los hombres tengamos un sitio en el cielo. Las puertas del Paraíso han sido nuevamente abiertas: es más, nuestra puerta es Cristo: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9)
“¡Jesús, nacido en la pobreza de Belén,
Cristo, el Hijo eterno que nos ha sido dado por el Padre,
es, para nosotros y para todos los hombres, la Puerta!
la Puerta de nuestra salvación,
la Puerta de la vida,
la Puerta de la paz!” Juan Pablo 1999
Pidamos que este año en el que el Santo Padre ha querido ofrecer a toda la Iglesia el jubileo extraordinario de la Misericordia todos, muchos, también los que viven alejados y los que todavía no conocen a Dios, también nosotros experimentos esa salvación inaugurada en medio del silencio en la noche de Belén; pues “se ha manifestado, ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador de todos los hombres.”
Queridos hermanos: El Santo Evangelio que hemos escuchado nos recuerda como a los ocho días, el niño fue circuncidado y le fue impuesto el nombre de Jesús, tal y como lo había revelado el ángel.
La circuncisión es el signo de pertenencia al pueblo de Israel y por tanto garantiza la herencia de la promesa, es la señal de la Alianza. Dios así lo exige a Abraham a quien llamamos nuestro padre en la fe:   “Esta es la alianza que habréis de guardar, una alianza entre yo y vosotros y tus descendientes: sea circuncidado todo varón entre vosotros. Os circuncidaréis la carne del prepucio y esa será la señal de mi alianza con vosotros. A los ocho días de nacer serán circuncidados todos los varones de cada generación. Gn 17, 10-12
Pero, ese signo externo y material en la carne del varón, no es una garantía de salvación. Desde la misma experiencia del Éxodo en que el pueblo es infiel y se va detrás de la idolatría, Dios exige una circuncisión espiritual: Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás. (Dt 10, 16-19) Una circuncisión que exige el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo representado en el extranjero.
Fuera de caer en un mero voluntarismo, esa circuncisión del corazón se realizará verdaderamente en el día del Señor, en el día de salvación: “El Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, a fin de que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, para que vivas.” Dt 30, 6
Y este día de salvación ha llegado con el nacimiento de Jesucristo. Él se hizo pecado por nosotros, y quiso someterse a la Ley de la circuncisión, el que era el mismo autor de la ley, para liberarnos a nosotros de su cumplimiento. Él se hace semejante a los pecadores, aunque Él no lo sea y siendo plenamente inocente carga sobre sí nuestros pecados.
La circuncisión marca el primer momento redentor: pues como signo físico, material y visible de la alianza implica el derramamiento de sangre y hoy el Niño Dios comienza a derramar su sangre para el perdón de nuestros pecados hasta el momento de la cruz en el que ha ser traspasado por la lanza de su costado del que salió sangre y agua, como realización plena de su entrega por nosotros. Este Niño que hoy es circuncidado es el verdadero Cordero inmolado que con su muerte nos obtiene a nosotros el perdón de los pecados y la verdadera circuncisión del corazón. La circuncisión en ya Pasión del Señor y Redención de los hombres.
Queridos hermanos: “Nosotros somos la verdadera circuncisión, que adoramos en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no poniendo la confianza en la carne” (Flp 3, 3) –exclama san Pablo; así que en este día, deseemos la verdadera circuncisión, que no es realizada por mano de hombre (Col 2, 11), como dice san Pablo; sino que consiste, en despojarse del cuerpo carnal, es decir, de nuestros pecados, pasiones y propias inclinaciones llevando “ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa” como nos recordaba la Epístola. Pues la verdadera circuncisión no es la que se realiza en la carne, que es sólo exterior; sino la del corazón, que se realiza por el Espíritu.

En este nuevo año deseemos pertenecer totalmente a Jesucristo viviendo nuestra consagración bautismal, como María Santísima a quien la Iglesia hoy también mira con devoción y tierna piedad pues por medio de ella hemos recibido al Autor de la Vida y a la que acude para que por su intercesión seamos purificados de nuestros pecados.