viernes, 15 de enero de 2016

EL CORAZÓN DE JESÚS NOS ENSEÑA A AMAR REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 33)


EL CORAZÓN DE JESÚS NOS ENSEÑA A AMAR
REFLEXIÓN DIARIA DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA (n. 33)
33 El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política.
Amaos a los uno a los otros es la ley del pueblo de Dios. Primero, Dios nos lo exige ya en el Antiguo Testamento, pues es Señor y Rey de toda la creación, él es el Supremo Legislador. Pero, además, el mandamiento de amor al prójimo se exige por el mismo amor con el que Dios nos trata a cada uno de nosotros. Quizás si nuestro Dios fuese una divinidad terrorífica como las de la antigüedad que se enfadaban, se vengaban y muchas veces era iracundos… quizás podríamos dudar de su “autoridad moral”, pero es que nuestro Dios nos ha amado primero, nos ha dado ejemplo… “No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.” En Jesucristo, Dios se ha hecho hombre para darnos ejemplo y mostrarnos que se puede amar al estilo divino con un corazón humano.
El mandamiento del amor es la ley de vida: primero, porque es la forma y norma moral en la que el pueblo de Dios y los que de él quieran formar parte han de vivir. Pero también es ley de vida, porque solo amando es como el hombre puede realizarse plenamente y puede ser feliz. Las actitudes y comportamientos contrarios al amor llevan a la animalización del hombre y, finalmente, a la muerte espiritual.
Este mandamiento debe inspirar, purificar y elevar la vida social. El mandamiento del amor no es para vivir en privado, con mis amigos, en mi círculo, y todavía menos, reducirlo al interior de las iglesias… Fuera de toda utopía, el mandamiento del amor ha de ser el principio que rija el funcionamiento de la sociedad, la política, el trabajo, la economía, el desarrollo… etc… Inspirar, purificar y elevar las relaciones sociales: dándoles el verdadero sentido de trato de hermanos, purificándolas de malas o imperfectas intenciones, elevándolas de un plano simplemente material o utilitario.   Si realmente esto estuviese claro en la mente de los hombres de poder, pero también de los ciudadanos concretos, el mundo cambiaría, las injusticias irían desapareciendo, y podríamos vivir en un mundo más justo.
Si así, fuese, la misma humanidad sería cada vez más “divina”, más imagen y semejanza de Dios que es Trinidad de personas en “comunión.”

Pero para que esto pueda ser posible es necesaria una actitud de conversión y de acogida de la Palabra de Jesucristo.