viernes, 25 de marzo de 2016

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO Y DE BEBER AL SEDIENTO. HOMILÍA JUEVES SANTO 2016


HOMILÍA JUEVES SANTO 2016
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Santa Misa in Coena Domini
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Guío a Israel por el desierto, porque es eterna su misercordia.
El da alimento a todo viviente porque es eterna su misercordia.” (Sal 135)
Estos versículos son tomados del salmo que  los judíos cantaban después de la cena ritual  de la Pascua, que Jesús mismo recitó en esta tarde junto con los apóstoles antes de salir al huerto de los Olivos.  Un himno de acción de gracias a Dios por las maravillas que obró en favor de su pueblo, que en este Año de la Misericordia puede ayudarnos a contemplar el misterio que hoy celebramos.
Dios es misericordioso y la primera misericordia de Dios para con los hombres es su misma providencia por la que él tiene cuidado y sostiene con su ser la obra de su creación. Dios omnipotente, transcendente y totalmente “diferente” a su creación cuida de la tierra, de los seres vivientes y de los hombres.  Y, en ese cuidado, en su preocupación por nosotros,  muestra sus entrañas de Padre y su amor hacia la obra de sus manos. 
Jesús nos enseña a contemplar esta providencia de Dios y abandonarnos a su cuidado amoroso: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?”
Hemos perdido la capacidad de asómbranos ante el milagro diario –los milagros diarios- -la multitud de milagros diarios- con los que Dios gobierna y sostiene el mundo. Reconocer la providencia y misericordia de Dios al darnos el don de la vida y con ella darnos lo necesario para nuestra subsistencia es la revelación natural que Dios hace de sí mismo y el primer paso del hombre en su camino de encuentro con Dios.  Pero este reconocimiento no es algo fácil para nuestro siglo, donde el hombre henchido de soberbia se cree autosuficiente y fuente de todos sus bienes, totalmente autónomo y que el mismo es el dueño y señor de su vida, su propio Dios.
Dios conociendo la ceguera del hombre y la dificultad de muchos de reconocerlo, decide revelarse en la historia de la Salvación al pueblo de Israel. Él elige a su pueblo y lo conduce por el desierto, lo libra de la esclavitud y de sus enemigos… Él cuida de su pueblo y durante su estancia en el desierto durante cuarenta años –símbolo de la vida de cada hombre- Dios provee a su pueblo del alimento: hace caer del cielo el maná, pan de los ángeles, para alimentar a sus hijos hambrientos y hace brotar de la roca agua para que el pueblo sacie su sed. Con la Virgen María en su Cántico de Magnificat podemos decir: “El Señor colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos.”
Dios obra con misericordia: da de comer al hambriento y de beber al sediento; y esta misericordia de Dios llegará a su plenitud en Jesucristo, su Hijo, el Verbo encarnado.  Los Evangelios narran como Jesús después de haber  estado enseñando a las multitudes durante largo tiempo, se dio cuenta que era tarde y que la gente no tenía que comer. Tomando cinco panes y dos peces, da a comer a una multitud. Más de 5000 hombres sin contar mujeres ni niños… Un milagro que se repetirá una segunda vez. Pero un milagro que es más que una simple beneficencia de Jesús o la solución inmediata a un problema de intendencia. La acción de Jesús esconde un mensaje que el mismo expresará en la sinagoga de Cafarnaúm: “Yo soy el pan de vida. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna. “
En la conversación con la samaritana, el Señor haciéndose mendigo del agua de aquella mujer termina revelándose como el agua viva que quién la beba ya no tendrá sed.” El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Y  ya cercana la pasión, en las fiestas de las tiendas o tabernáculos, el Señor exclama “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba.”
Hambre y sed  que hacen referencia en primer lugar a la realidad de carencia de alimento y bebida, pero en la Sagrada Escritura va más allá reflejando en el sentido espiritual el hambre y la sed de nuestra alma, del hombre en su interior. Una sed y hambre que sólo Dios puede saciar satisfactoriamente.

¿Y cómo colmo Dios el hambre y sed del hombre?
Ahora, en la Pasión y Muerte, se nos revela. Cristo “antes de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos” le entregó sacramentalmente como alimento y bebida su cuerpo y su sangre. Novedad asombrosa, cosa admirable: Dios mismo se da como comida y bebida del hombre.
Sí, comida y bebida de la Pascua: pero ya no la pascua judía que era figura, prefiguración, símbolo. Esta es la Pascua de Jesús, su nueva alianza: Él es el Cordero Inmaculado.
Sí, comida y bebida, verdadero alimento que nutre nuestra alma y fortalece nuestro cuerpo –recordad esas almas selectas a la que Jesús le ha concedido vivir solamente de la Eucaristia-, que siembra en nuestros miembros la semilla de la inmortalidad, que nos preserva de la corrupción del pecado.
Sí, comida y bebida, pero no festín humano, sino banquete de Dios, fruto del sacrificio de la cruz; pues cada vez que celebramos la santa misa nos hacemos contemporáneos del Calvario; y al mismo tiempo el Calvario se hace presente en nuestros altares.  Sacrificio único de Cristo ofrecido de una vez para siempre, pero renovado cada día para el perdón de nuestros pecados, para que hoy y ahora podamos beneficiarnos de la sangre preciosa de Cristo.
Sí, comida y bebida,  cuerpo y sangre de Cristo, presencia sacramental. Y aunque nuestros ojos no ven más que pan y vino, confesamos fiados en las palabras de Cristo: Esto es mi cuerpo, Esto es el cáliz de mi sangre.
Sí, comida y bebida, que se han de recibir dignamente preparados, con las disposiciones debidas y exigidas por la grandeza de este sacramento.  Recordad la llamada de atención que el Apóstol Pablo hace a los corintios: “el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe su propio juicio”

Queridos hermanos: Fijaos qué importancia tiene esta necesidad del alimento para el hombre, que Jesús en la oración del Padre nuestro, nos enseñó a pedir “Danos hoy nuestro pan de cada día”: sí, el pan cotidiano que necesitamos para nuestro sustento, sí, el pan de las gracias divinas, de los consuelos y dones, el pan su Palabra;  pero sobre todo el pan de la Eucaristía sin el cual no tenemos vida en nosotros.
En este año de la misericordia demos gracias a Dios por habernos dado la comida de su Carne Santísima y la bebida de su Sangre Preciosa. El da alimento a todo viviente. Acudamos con premura al trono de la gracia, a esta sagrada mesa en la que el Señor se nos da y se nos entrega, y pidámosle que así como él ha obrado misericordiosamente con nosotros así también nosotros seamos misericordiosos como el Padre hacia nuestros hermanos. Aprendamos y pidamos ser pan y bebida para aquellos que están sedientos y hambrientos de amor, de atención, de consuelo, de compañía… Aprendamos y pidamos  a compartir los bienes que el Señor nos ha dado con aquellos que carecen de ellos y son más desfavorecidos.

Así lo pedimos. Que así sea.