miércoles, 2 de marzo de 2016

POR OBSERVAR LAS TRADICIONES DE LOS HOMBRES, DEJÁIS DE CUMPLIR LOS PRECEPTOS DEL SEÑOR. San Jerónimo, presbítero


Homilía de maitines

MIÉRCOLES DE LA III SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

HOMILÍA DE SAN JERÓNIMO, PRESBÍTERO
Libro 2 sobre los Comentarios acerca del cap. 15 de San Mateo
Extraña es ciertamente la necedad de los fariseos u escribas. Echan en cara al Hijo del Dios el que no guarde las tradiciones y preceptos de los hombres. “Tus discípulos, le dicen, no se lavan las manos antes de comer el pan”. Las manos, esto es, las obras, que hay que lavar no son las del cuerpo sino las del alma, a fin de que se realice en ellas la palabra de Dios. Mas él respondióles diciendo: “Porque vosotros no guardáis los mandatos de Dios por causa de vuestras tradiciones? Con una respuesta verdadera, refuta una falsa acusación. Siendo así, dijo, que vosotros por observar las tradiciones de los hombres, dejáis de cumplir los preceptos del Señor, ¿Cómo osáis acusar a mis discípulos de menospreciar los preceptos de los mayores a fin de cumplir los preceptos de Dios?
Pues Dios dijo: Honra al padre y a la madre; y el que maldijere al padre o a la madre sea castigado con la muerte. Mas vosotros decís: cualquiera que dijere al padre o a la madre: la ofrenda que yo por mi parte ofreciere redundará en bien tuyo, ya no tiene obligación de honrar al padre o a la madre. Según las santas Escrituras, el honor no consiste solamente en las señales de respeto y atención, sino mas bien en las limosnas y en los dones que se ofrecen. “Honra, dice el Apóstol, las viudas, que verdaderamente son tales”. Este honor significa asistencia. Y en otro lugar; “Los presbíteros son dignos de un doble honor principalmente los que trabajan en la predicación  y en la enseñanza”. Nos está mandado, también tributarles asistencia por el precepto que dice que no cerremos la boca del buey que trilla, y que el jornalero es digno de su recompensa.
El Señor, considerando la debilidad, la edad o las necesidades de los padres, había ordenado que los hijos honrasen a sus progenitores, socorriéndoles con lo necesario para la vida. Mas, queriendo los escribas y fariseos cambiar esta sapientísima ley de Dios; a fin de velar su impiedad con el nombre de piedad, enseñaron a los hijos perversos, que si alguno quería ofrecer a Dios, el cual verdaderamente es Padre, alguna de las cosas que se debían a sus padres, esta ofrenda a Dios, fuera antepuesta a las ofrendas que querían hacer ellos. De esta suerte los padres, no atreviéndose a tomar nada de lo ofrecido a Dios para no incurrir en sacrilegio, padecían la más cruel miseria. Y así sucedía que las ofrendas de los hijos, con el pretexto de ser ofrecidas a Dios y al templo, servían de ganancia en favor de los sacerdotes.