viernes, 24 de junio de 2016

EL NACIMIENTO DE LOS SANTOS PRODUCE LA ALEGRÍA DE MUCHOS. San Ambrosio


Homilía de maitines

24 de junio
NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de san Ambrosio, obispo
Libro 2 de los comentarios sobre san Lucas, c. 1
Isabel dio a luz un hijo y se alegraron sus vecinos. El nacimiento de los santos produce la alegría de muchos, porque es un bien general. La justicia es una virtud común; por esto, en el nacimiento de un justo procede algún signo de lo que será su vida y se designa la gracia de la virtud que ha de seguir prefigura en la alegría de los vecinos. Con razón el Evangelista hace entrar en su relato el tiempo que el Precursor estuvo encerrado en el seno de su madre, porque, si ello, la presencia de María no hubiese sido mencionada. Y si, de otra parte, nade se dice de su infancia, es porque no conoció las dificultades de la edad. De suerte que  nosotros sólo leemos en el Evangelio el anuncio y el hecho de su natividad, los saltos de júbilo que dio en el seno de Isabel y el eco de su voz en el desierto.
En efecto, puede decirse que no conoció ninguno de los grados de la infancia aquel que elevándose, ya en el seno materno, por encima de las leyes de la naturaleza, y adelantándose a los años, empezó por tener medida de le edad perfecta de Jesucristo. El Santo Evangelista hizo bien al prenotar que muchos creyeron que el niño debía llamarse Zacarías, como su padre; a fin de que se observe que no desagradó a la madre el nombre de alguno de la familia, sino que el Espíritu Santo le inspiró aquél que el Ángel había anunciado ya a Zacarías. Y ciertamente que él no pudo declarar a su mujer el nombre del hijo, sino que Isabel aprendió por inspiración lo que no había aprendido del marido.
“Juan es su nombre" –escribió el Padre, queriendo decir: no somos nosotros quienes le ponemos el nombre, sino que ya lo ha recibido de Dios. Algunos santos han tenido el privilegio de recibir de Dios mismo el nombre. Así, Jacob fue llamado Israel, porque vio a Dios. Así, nuestro Señor mismo recibió antes de nacer el nombre de Jesús, que su Padre, y no el Ángel, le impuso. Como ves, los ángeles no hablan en nombre propio; transmiten lo que se les ha dicho. Si, pues, Isabel pronuncia con tanta seguridad un nombre que su oreja no oyó, no te asombres por ello, ya que el Espíritu Santo, que había enviado al Ángel, se lo sugirió.