lunes, 11 de julio de 2022

CARTA PASTORAL SOBRE LA MODESTIA CRISTIANA Y LOS CONCURSOS DE BELLEZA. CARDENAL PLA Y DENIEL

CARTA PASTORAL SOBRE LA MODESTIA CRISTIANA

Y LOS CONCURSOS DE BELLEZA

por el Emmo. Y Rvdmo. DR. D. ENRIQUE PLA Y DENIEL

Cardenal Arzobispo de Toledo, Primado de España

 

En la Consagración Episcopal el Consagrante, antes de proceder a la misma, somete a un severo interrogatorio al consagrando, una de cuyas preguntas es: ¿Quieres con el auxilio de Dios custodiar la castidad y la sobriedad y enseñarla?  Y el consagrando responde: Quiero.  No creeremos ser fieles a esta solemne promesa que hace treinta y cinco años hicimos ente el altar del Señor, si calláramos como perro mudo ante el desbordamiento de la inmodestia femenina que hemos de deplorar aun en nuestra católica España en proporciones ciertamente menores que en algunas otras naciones, pero desgraciadamente suficientes para enervar y aun destruir la modestia tradicional, el mejor ornato de la mujer española.

 

Los principios de la moral cristiana en las costumbres son ciertamente distintos de la moral pagana y de la moral naturalista de los ateos y materialistas de nuestros días.  Las doctrinas cristianas conceden una gran nobleza y sienten un gran respeto por el cuerpo humano que consideran templo del Espíritu Santo, pero establecen a la vez la necesidad de la custodia del pudor, pues de otra suerte los estímulos muy poderosos de la sensualidad y de las pasiones desordenadas de la carne le inducirán a la deshonestidad y la corrupción.  ¡Cuán  hermosa  y bella es la castidad cristiana en todas las edades de la vida, en todos los estados, en los dos sexos, pero sobre todo en la mujer!  ¡Cómo resplandece la belleza de las vírgenes cristianas y la suave majestad de las matronas prudentes y castas como una Blanca de Castilla, una Isabel la Católica!  La castidad se llama limpieza y el pecado de impureza se llama sucio.  ¡En que podredumbre física y moral suelen acabar las víctimas de la vida impura!

 

La belleza casta y serena infunde respeto y veneración. Con la belleza impúdica todos se atreven; es corruptora y corrompida. La custodia necesaria de la castidad, sobre todo en la mujer, son el pudor y la modestia; por ello, el enemigo de las almas nada intenta con más empeño que hacer perder este pudor y esta modestia por medio de modas indecorosas y provocativas: un día será con ridículas faldas cortas contrarias a las líneas de la verdadera elegancia femeninas; otro día será promoviendo gestos y posturas impropias y peligrosas en jóvenes que piensan contraer matrimonio; otro será con desmanes faltos de todo recato en públicos baños de los sexos; otro suprimiendo totalmente las mangas, exhibiendo los brazos desnudos por las calles en tiempo de verano. ¡Y con que incauta e inconsciente docilidad acatan la tiranía de la moda, por inverecunda que ella sea, la mayoría de las mujeres! Deberían todas las que se llaman cristianas tener siempre presente lo que recientemente decía Su Santidad Pío XII a las jóvenes de Italia: “LO QUE DIOS OS PIDE ES QUE RECORDÉIS SIEMPRE QUE LA MODA NO ES NI PUEDE SER LA REGLA DE VUESTRA CONDUCTA; que sobre los dictados de la moda y de sus exigencias tenéis otras leyes más altas e imperiosas, principios superiores o inmutables que en ninguna caso pueden sacrificarse en aras del placer o del capricho…  Si algunas cristianas sospechasen las caídas y las tentaciones que causan en otros con su ligereza, a la que dan tan poca importancia, se espantarían de su responsabilidad…

 

No permitáis, carísimos sacerdotes y rectores de Iglesias toledanas, que lleguen las modas inverecundas a profanar también el templo o las procesiones o la recepción de los Santos Sacramentos.  Sed prudentes, pero firmes, en esta materia.  Prevenid con avisos puestos en las puertas de la Iglesia, que podéis pedir a la Curia Diocesana.  En nuestra Catedral Toledana, tan visitada por españolas, se tiene mucho más respecto a la santidad del templo que el que se tiene en otros países.  Ello se debe, ciertamente, a su  honor; pero si la piedad y el pudor femeninos brillan muchas veces en España en el templo, ¿por qué no han de brillar también en las calles?  Mirad, que si es cierto que debe imponeros respecto la presencia de Jesús Sacramentado en el Sagrario, toda cristiana sincera debería tener en cuenta la presencia de nuestro Padre que está en los cielos, en las calles y plazas de nuestra tierra a cuya mirada nada se esconde y que un día nos pedirá estrecha cuenta de nuestras faltas graves, pero también de nuestras ligerezas y faltas de modestia, aun en los casos de no llegar a la gravedad del pecado mortal.

 

No os hagáis tampoco ilusiones de que el Señor admita estas compaginaciones de vida cristiana y de vida pagana según las horas y los lugares, de muestras de piedad en el templo al recibir los Sacramentos y de impúdica desenvoltura en la calle o en lugares de espectáculos y diversiones. Nuestra vida íntegra y completa es la que será juzgada.  Sobre todo debéis tener esto presente las que hacéis profesión de dedicaros al apostolado, por pertenecer a la Acción Católica o a las Congregaciones Marianas, u os gloriáis de ser Hijas de María.  Vuestro primer y más eficaz apostolado ha de ser el del ejemplo, uniéndoos para no quedar aisladas ante la corriente de una moda indecorosa,  a la cual si también cedieseis vosotras, arrastraríais a las demás.  Deberíais las mujeres católicas organizarse al efecto para procurar que las modas no nos viniesen a España del extranjero, sino que se estableciesen en España y con normas conforme a la moral católica, y con normas conformes en esta Archidiócesis Toledana que se recuerdan cada año en la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, según mandato de la Sagrada Congregación del Concilio.

 

Una de las funestas modas que del extranjero nos han venido a España de estos últimos tiempos, son los llamados concursos de belleza. Por ello primero aun en España eran llamadas “misses”, pero al adoptar también aquí esta moda, se les transforma algunas veces en “reinas”. Poco hace el nombre; lo que importa es la esencia del concurso y el concurso es solo sobre la belleza corpórea femenina, que es un don de Dios para quien la ha recibido, pero que no debe transformarse en objeto de concurso.  En los concursos de ganados, se atiende solo al cuerpo de los animales que carecen de alma racional, pero en los concursos de hombres o mujeres, de personas humanas, hay que atender a algo más que al cuerpo, y no prescindir de las cualidades intelectuales, morales, de capacidad profesional, o aun deportiva. Es el culto de Venus, tan impropio de cristianos.  Son más propios estos concursos para hacer perder el pudor a la mujer, exponiéndola a graves peligros, porque a la vez fomenta la sensualidad en los hombres.  Se dirá tal vez por algunos que en España los concursos de belleza no han revestido las formas abiertamente inmorales que en otros países.  Es posible; pero no es necesario llegar a tales extremos de inmoralidad para reprobar un espectáculo de si peligroso, dañoso y que puede llegar a tales abiertas inmoralidades. Y al reconocer el mayor pudor de la mujer española y como consecuencia el mayor respecto que se le tiene, no hay que olvidar que no es solo en España donde se levantan voces contra los concursos de belleza, pues bien recientemente también en el extranjero se han levantado voces contra tales concursos; como son el Jefe militar norteamericano en Europa ha prohibido las modas femeninas inverecundas a las esposas e hijas de sus subordinados.

 

Por todo ello, creemos que los periódicos católicos, que aceptan la censura eclesiástica, no han de convertirse en propagadores de la moda extranjera y peligrosa de los concursos de belleza. Lamentamos profundamente que el diario El Alcázar no solo se haya convertido en especial propagador de tales concursos, sino que haya organizado uno, invitando a dar su voto en cosa tan subjetiva como el aprecio de la mayor o menor belleza femenina, fomentando así la frivolidad entre sus lectores. El Alcázar, aun cuando impreso hoy en Madrid, viene a ser el diario de Toledo, por su título, por haber nacido durante la gloriosa epopeya de fama mundial y por dedicar páginas especiales a Toledo.  La Hermandad del Alcázar tiene la prerrogativa de poder conceder el uso de dicho título a una empresa periodística; pero la Hermandad, que es una verdadera Cofradía con Consiliario nombrado por Nos, tiene la obligación mientras tenga este carácter de no ceder el uso del título de “El Alcazar” sino a condición de reservarse la vigilancia del mismo para que no se publique nada contrario a la patria o al ejército, pero tampoco nada contrario a la religión o a la moral, que tan profundamente sintieron los defensores del Alcázar, verdaderos fundadores del diario El Alcázar. Por ello nos consta el profundo sentimiento y disgusto que ha causado en muchos supervivientes defensores del Alcázar y miembros de su Hermandad, la libertad escabrosa y frivolidad de algunos grabados publicados por El Alcázar desde su reciente reforma editorial, y también por haber organizado, este concurso de belleza con cupones para emisión del voto.  No pretendemos que se convierta el diario en una Hoja parroquial o en una revista ascética.  Pero la misión de la prensa diaria no es solo informar, sino también formar a los lectores; y ciertamente los grabados frívolos o indecorosos no forman, sino que deforman, sobre todo a los niños, adolescentes y jóvenes de uno y otro sexo, constituyendo un diario frívolo en sus grabados un peligro para los hogares cristianos.  Así lo hemos advertido particularmente a la dirección del periódico, cumpliendo uno de nuestros deberes pastorales, aun antes de su desafortunada promoción del último Concurso de Belleza que por esto nos ha sorprendido verdaderamente.

 

Así como el edificio del Alcázar Toledano no podría, sin una profanación inimaginable, convertirse en un local de espectáculos frívolos que no faltan en otros lugares con el título de El Alcázar, así tampoco sin una verdadera profanación puede convertirse el diario “El Alcázar” en un diario que bata el record de frivolidad entre los demás diarios, dentro de lo tolerado hoy por la autoridad civil en esta materia en España.  Los piadosos y patriotas, antiguos defensores de El Alcázar, no pueden admitir que este glorioso título se convierta en un título sin significación alguna, ni Nos podemos tampoco admitirlo; no los primeros, porque está en ellos muy vivo todavía el recuerdo de su epopeya, en la cual se aunan sentimientos religiosos y su devoción a la imagen de la Concepción de la Virgen Santísima, que con tanto fervor hoy veneran, sostuvieron su valor religioso y patriótico a la vez; ni Nos tampoco, porque como Arzobispo de Toledo hemos de velar porque no sea mancillado con la frivolidad el nombre glorioso de El Alcázar, símbolo de una Cruzada que desde sus comienzos, aun antes de ser Arzobispo de Toledo, y cuando no era seguro todavía su triunfo, propugnamos como tal en nuestra Pastoral del 30 de septiembre de 1936. Las Dos Ciudades, considerando el Movimiento Nacional, no como una mera guerra civil en la cual no habríamos en manera alguna intervenido, sino como una verdadera cruzada por Dios y por España, considerándola ya desde entonces como una verdadera lucha internacional en el territorio de España, a la cual entendimos que podíamos y debíamos ayudar con la única arma que hemos manejado durante toda nuestra vida, con nuestra pluma; y era precisamente en los mismos días de la epopeya de la defensa de El Alcázar Toledano, cuando Nos escribíamos en Salamanca la Pastoral Las Dos Ciudades, defendiendo la legitimidad y el verdadero carácter de nuestra Cruzada, que después de terminada ella y después de terminada la guerra mundial, ante España y ante el extranjero hemos defendido invariablemente.  Y con que trágica y apocalíptica grandeza estamos Nos contemplando la lucha extendida a todos los continentes de las Dos Ciudades, que según San Agustín, padre de la Filosofía de la Historia, hicieron dos amores: la terrena, el amor de sí hasta el desprecio de Dios; la celeste, el amor de Dios hasta el desprecio propio:  De un lado los sin Dios; sin moral; sin familia; muchas veces sin patria.  Del otro los creyentes en Dios y amantes de la moral, de la familia y de la patria.  La historia nos enseña que Roma, mientras tuvo costumbres arraigadas, su imperio se extendió al mundo entonces conocido, mientras que cuando sus costumbres se transformaron en muelles y afeminadas, los bárbaros la destruyeron en todas partes. También hoy nuevos bárbaros han implantado el régimen del terror y de sangre en casi medio mundo; y una generación formada en la frivolidad no renovaría la epopeya del Alcázar.

 

Como en nuestros tiempos no faltan quienes (como ha advertido y condenado enérgicamente Su Santidad Pío XII, en su Alocución a los Cardenales y Obispos que concurrimos a la Canonización de San Pio X), lejos de acatar el magisterio de la Jerarquía Eclesiástica y de los Obispos, pretenden erigirse en sus mentores y consejeros, tal vez no falte quien crea inútiles nuestros esfuerzos en defensa de la modestia femenina cristiana. Nuestros siete lustros de Episcopado nos han hecho conocer experimentalmente, por desgracia, el servilismo a las modas impúdicas aun cuando sean contrarias a la moral evangélica y a las reprobaciones de los Papas y Obispos, pero esto sucedía ya al Apóstol San Pablo, quien decía: Tengo por nada el ser juzgado por vosotros. Quien me juzga es el Señor. Nosotros si calláramos ante los estragos que se están causando en la modestia femenina de la mujer española con modas y costumbres impúdicas importadas de países extranjeros, nos presentaríamos con miedo ante el Tribunal del Señor por no haber cumplido la promesa solemne hecha en nuestra consagración episcopal de custodiar y enseñar la castidad y conveniente austeridad.  Al Pastor de almas se le exige la predicación de la verdad, pero no se le hace responsable de que los fieles no le oigan o le acaten, pues ni el pueblo israelítico, escogido por el Señor, oyó siempre a Este, ni muchos contemporáneos de Cristo le escucharon tampoco.  Por ello, el profeta Ezequiel, inspirado por el Espíritu Santo, nos dice: “Si tú, adviertes al malvado y él no deja su maldad ni su mala conducta, él morirá por su pecado, pero tú salvarás tu vida. Si tú, en cambio, exhortas a ese hombre a no pecar y él no peca, seguirá viviendo, porque hizo caso de la exhortación, y tú salvarás tu vida.” Ni se crea que sea nunca completamente inútil la condenación de una moda impúdica, pues queda siempre en la historia al menos la protesta de quien debía hacerla, y las modas son de por sí variables y mudables, y aparecen luego muchas veces como ridículas, mientras que la Verdad del Señor permanece eternamente. Tampoco, aun en los casos de un seguimiento borreguil por la masa de una moda impúdica, faltan almas delicadas que se mantienen fieles a la modestia; y a estas hay que ayudarlas y defenderlas.

 

Al corregir las pruebas de esta Carta Pastoral recibimos el último número de Acta Apostolicae Sedis del 20 de este mes y en él se publica una Carta que la Sagrada Congregación del Concilio dirige a todos los Obispos del mundo por mandato de Su Santidad Pío XII sobre la costumbre inhonesta del vestir; y en ella se lamenta que no hayan sido suficientemente escuchadas y atendidas las exhortaciones del Papa  que en este Año Mariano todos los cristianos y sobre todo la juventud se mostrasen imitadores de la Santísima Virgen María, ofreciéndose por el contrario escándalos en el  modo de vestir por calles y playas y aun a veces en las mismas iglesias, escándalos luego reproducidos en diarios, revistas y películas cinematográficas; y exhorta a los Obispos a que defiendan el pudor y las costumbres cristianas.  A ello nos impelían ya nuestras solemnes promesas en la consagración episcopal y a ello ha ido dirigida la presente Carta Pastoral.

 

Rogando a la Santísima Virgen del Sagrario, en cuyo octavario escribimos esta Carta Pastoral, que al menos entre nuestros fieles Toledanos, tan devotos de la que veneran como su Reina y Madre, no carezca de eficacia nuestra paternal admonición, a todos bendecimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Dado en nuestro Palacio Arzobispal de Toledo, a 22 de Agosto de 1954, octava de la Santísima Virgen del Sagrario.

 

+ENRIQUE CARDINAL PLA Y DENIEL

Arzobispo de Toledo