lunes, 22 de agosto de 2016

NUESTRO BUEN SEÑOR NO DESDEÑARÁ TENERNOS COMO COHEREDEROS EN EL AMOR DE SU MADRE. San Roberto Belarmino




Homilía de maitines

22 de agosto
FIESTA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Homilía de san Roberto Belarmino, obispo
De las siete palabras de Cristo en la Cruz, capítulo 12
La carga y el yugo que puso nuestro Señor en San Juan, al confiar a su cuidado la protección de su  Madre  Virgen,  fueron  ciertamente  un  yugo  dulce  y  una  carga  ligera.   ¿Quién  pues  no  estimaría una felicidad habitar bajo el mismo  techo con quien había llevado por nueve meses  en  su  vientre  al  Verbo  Encarnado,  y  había  disfrutado  por  treinta  años  la  más  dulce  y  feliz  comunicación  de  sentimientos  con  Él?  ¿Quién  no  enviaría  al  discípulo  elegido  de  nuestro  Señor, cuyo corazón fue alegrado en la ausencia del Hijo de Dios por la presencia constante de  la Madre de Dios? Y aún así si no me equivoco está en nuestro poder obtener por medio de  nuestras oraciones que nuestro amabilísimo Señor, que se hizo Hombre por nuestra salvación  y fue crucificado por amor a nosotros, nos diga en relación a su Madre, “He ahí a tu Madre”, y diga  a  su  Madre  por  cada  uno  de  nosotros  “He  ahí  a  tu  hijo!”.


Nuestro  buen  Señor  no  escatima  sus  gracias,  con  tal  que  nos  acerquemos  al  trono  de  gracia  con  fe  y  confianza,  con  corazones sinceros, abiertos y no hipócritas. Aquel que desea tenernos como coherederos del reino  de  su  Padre,  no  desdeñará  tenernos  como  coherederos  en  el  amor  de  su  Madre.  Y   tampoco  nuestra  benignísima  Madre  llevará  a  mal  tener  una  innumerable  multitud  de  hijos,  pues ella tiene un corazón capaz de abrazarnos a todos, y desea ardientemente que no perezca ninguno de esos hijos que su Divino Hijo redimió con su preciosa Sangre y aún más preciosa Muerte.  Aproximémonos  por  tanto  con  confianza  al  trono  de  la  gracia  de  Cristo,  y  con  lágrimas roguémosle humildemente que le diga a su Madre por cada uno de nosotros, “He ahí a tu hijo”, y a nosotros en relación a su Madre, “He ahí a tu Madre”.

Cuán seguros estaremos bajo la protección de tal Madre! ¿Quién se atreverá a apartarnos de debajo de su manto?  ¿Qué tentaciones, qué tribulaciones podrían vencernos si nos confiamos a la protección de la Madre de  Dios  y  Madre  nuestra?  Y  no  seremos  los  primeros  que  han  obtenido  tan  poderosa  protección.  Muchos  nos  han  precedido,  muchos,  digo,  se  han  puesto  bajo  la  singular  y  maternal protección de tan poderosa Virgen, y nadie ha sido abandonado de ella con su alma en un estado perplejo y abatido, sino que todos los que han confiado en el amor de tal Madre están felices y gozosos. De ella se ha escrito: “Ella te pisará la cabeza.” Quienes confían en ella pueden con seguridad “pisar sobre el áspid y la víbora, y hollar al león y al dragón”. Pues parecería increíble que perezca alguien en cuyo favor Cristo le ha dicho a su Madre: “He ahí a tu hijo”, con tal que no preste oídos sordos a las palabras que Cristo le dirigió a él mismo: “He ahí a tu Madre”.