viernes, 23 de septiembre de 2016

¿A QUIÉN REPRESENTA A AQUELLA MUJER? A NOSOTROS, CUANDO… San Gregorio Magno




Homilía de maitines

VIERNES DE TEMPORAS DE SEPTIEMBRE
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de San Gregorio Papa
Homilía 33 sobre los Evangelios después del principio
¿A quién pues representa el fariseo que presume de su falsa justicia sino al pueblo judío? ¿Y a quién, sino a la gentilidad convertida designa la mujer pecadora que sigue llorando los paso del Salvador, llega llevando un vaso de alabastro, derrame el perfume y puesta detrás a los pies del Señor los baña con sus lágrimas, los enjuga con sus cabellos y no cesa de besar aquellos mismos pies que está bañando y enjugando? A nosotros nos representa, si después de haber pecado, volvemos de todo corazón al Señor llorando semejantes a ella lágrimas de penitencia. ¿Qué significa en efecto ese perfume sino el buen olor de nuestra reputación? Por eso dice san Pablo: Porque nosotros somos el buen olor de Cristo delante de Dios en todo lugar.

Al hacer pues obras buenas que difunden en la Iglesia el olor de una buena reputación, ¿no derramamos perfumes sobre el cuerpo del Señor? Pero la mujer se colocó a los pies de Jesús. Nosotros nos colocamos frente a los pies del Señor cuando pecando nos oponemos a seguir sus caminos; más si nos convertimos después de nuestras faltas mediante una sincera penitencia, nos ponemos detrás, a sus pasos en vez de atajarlos. La mujer baña sus pies con sus lágrimas, también lo hacemos nosotros en verdad, si con sentimientos de compasión nos inclinamos hacia el menor de los miembros del Señor; si compartimos los sufrimientos de sus santos en la tribulación, si consideramos como nuestras sus aflicciones.

Enjugamos, pues, con nuestros cabellos los pies del Señor cuando mostramos nuestra piedad hacia sus santos, compadeciéndoles y ayudándoles caritativamente, aun con nuestras cosas superfluas, exteriorizando así con nuestra largueza el sentimiento de compasión que experimenta nuestro espíritu. Baña, en efecto, con sus lágrimas las plantas del Redentor pero no las enjuga con su cabellera, quien al compartir el dolor del prójimo no le socorre con su sobrante. Llora, sí, pero no enjuga, el que dirigiéndole palabras de condolencia no mitiga su dolor proporcionándole lo que le falta. Después de haber aquella mujer enjugado los pies, los besa. Esto hacemos también nosotros cuando de tal manera cuidamos con amor a aquellos a quienes nuestras generosidad ha socorrido, que no consideramos una carga la necesidad del prójimo, ni tenemos por onerosa aquella indigencia que remediamos, ni se entibia en nuestras almas el amor que profesamos al indigente al tener que proporcionarle nuestra mano lo necesario.