jueves, 15 de septiembre de 2016

EL HIJO PENDÍA DE LA CRUZ, Y LA MADRE SE OFRECÍA A LOS PERSEGUIDORES. San Ambrosio obispo



Homilía de maitines

  15 de septiembre
NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
Forma Extraordinaria del Rito Romano

Homilía de San Ambrosio, Obispo
Sobre la formación de la Vírgenes, cap. 7
La Madre estaba de pie junto a la cruz. Cuando los mismos hombres huían, ella se mantenía allí intrépidamente. Decidme ahora si podía alterarse la modestia de aquella Madre de Jesús cuyo valor permaneció inalterable. Sus ojos, llenos de ternura, contemplaban las heridas de su Hijo, aquellas heridas de las cuales sabía que había de brotar la salvación de todos. No era indigna, por cierto, de asistir a este espectáculo aquella Madre que no habría temido por su propia vida. El Hijo pendía de la Cruz, y la Madre se ofrecía a los perseguidores.
Epístola 25 a la Diócesis Vercelense
María, la Madre del Señor, estaba de pie ante la cruz de su Hijo. De todos los Evangelistas, San Juan es el único en darnos a conocer este detalle. Otros refieren que la tierra tembló durante la Pasión, que el cielo se cubrió de tinieblas, que el sol se oscureció y que el ladrón obtuvo el paraíso después de la humilde confesión de sus pecados. Pero Juan me ha enseñado lo que no encuentro en ningún otro evangelista; cómo el Salvador crucificado dirigió la palabra a María. Parece conceder más importancia a los piadosos deberes que Jesús sobreponiéndose a los tormentos cumplía con su Madre, que a la misma promesa del reino de los cielos. El perdón otorgado al ladrón debe excitar ciertamente nuestra piedad, pero se halla todavía una mayor dulzura en la contemplación de Cristo honrando a su Madre con un afecto tan grande.

He aquí a tu Hijo, he aquí a tu Madre. Desde lo alto de la Cruz, Cristo hacía testamento. Repartía sus deberes de piedad entre la madre y el discípulo. No se reducía a dictar un testamento de carácter general, sino además uno de carácter familiar, firmado este último por Juan, como digno testigo de semejante testador. Testamento excelente, en el cual no se trata de dinero, sino de vida eterna; testamento escrito no con tinta, sino por aquel Espíritu del Dios vivo que dice: Mi lengua es como pluma de amanuense que escribe velozmente.