martes, 13 de septiembre de 2016

EL NOMBRE DE MARÍA, VIRGEN, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA. Breve reflexión





EL NOMBRE DE MARÍA, VIRGEN, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA.Breve reflexión
Tras haber celebrado el nacimiento de nuestra Señora, la Virgen María, nos invita la Iglesia a celebrar hoy el Dulce nombre de nuestra Señora.
El nombre de María es el nombre de aquella Virgen que se reconoce esclava del Señor. El nombre de la Virgen era María. Un nombre sencillo y corriente en el pueblo de Israel, que nos enseña la discreción y el ocultamiento con el que nuestra Señora vivió su condición de Madre de Dios. Ante la tentación de ser considerados, de buscar el reconocimiento, de ser el centro de atención, la festividad del nombre de la Virgen nos recuerda el amor que hemos de tener a llevar una “vida escondida en Dios.” Para nosotros lo importante, como para ella, ha de ser que nuestro nombre esté inscrito en el corazón de Dios.
El nombre de María es el nombre de aquella que es la Madre de Dios y Reina del Cielo. Un nombre que debemos invocar seguros de su poder de intercesión ante su Hijo. Recordad a los novios de Caná de Galilea, supieron llamar e invocar a María para que intercediera por ellos ante su Hijo pues no les quedaba vino. Ser devotos de María, invocarla, es prenda segura de salvación: “El que me honra poseerá la vida eterna.” No podemos querer salvarnos sin acudir a aquella que ha sido puesta como Medianera, Abogada, Auxilio nuestro. Conocemos su nombre, acudamos a ella pues “nunca se ha oído decir que ninguno de cuantos han acudido a ella e implorado su protección haya sido desatendido.”
El nombre de María es el nombre de aquella que es Madre nuestra. Jesús lo ha querido así y nos la ha entregado en el Calvario. Como el niño pequeño que recurre a su madre, vivamos también nosotros esa infancia espiritual para con la Virgen. A ella, la podemos llamar con toda verdad “Mamá”, “Madre mía”. En peligros, tentaciones, pruebas, dificultades, en alegrías y gozos, en todo momento, llamémosla. Con niños abandonémonos confiadamente en sus brazos amorosos.  Como  hijos orgullosos, proclamemos a todos que nuestra Madre se llama María. Seamos apóstoles de María, para que muchos hombres y mujeres la quieran como Madre y acudan como nosotros a ella.
Que el nombre de María esté siempre en nuestra boca para invocarla, en nuestra memoria para imitarla, en nuestro corazón para amarla. Así lo pedimos.