sábado, 11 de marzo de 2017

LA VIRGEN MARÍA EN LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS. San Juan Pablo II



LA VIRGEN MARÍA EN LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS. 
San Juan Pablo II
El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación de la Madre, la cual no siempre siguió al Hijo durante su peregrinación por los caminos de Palestina. Jesús eligió deliberadamente la separación de su Madre y de los afectos familiares, como lo demuestran las condiciones que pone a sus discípulos para seguirlo y para dedicarse al anuncio del reino de Dios.
No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo. Se puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó ese texto aplicándose a sí mismo su contenido (cf. Lc 4,18-30). ¡Cuánto debe de haber sufrido en esa ocasión, después de haber compartido el asombro general ante las «palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22), al constatar la dura hostilidad de sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga e incluso intentaron matarlo! Las palabras del evangelista Lucas ponen de manifiesto el dramatismo de ese momento: «Levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó» (Lc 4,29-30).
María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vendrían más pruebas, confirmó y ahondó su total adhesión a la voluntad del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y su soledad.
De acuerdo con lo que refieren los evangelios, es posible que María escuchara a su Hijo también en otras circunstancias. Ante todo en Cafarnaúm, adonde Jesús se dirigió después de las bodas de Caná, «con su madre y sus hermanos y sus discípulos» (Jn 2,12). Además, es probable que lo haya seguido también, con ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo, que Jesús define como casa de su Padre, cuyo celo lo devoraba (cf. Jn 2,16-17). Ella se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin lograr acercarse a Jesús, escucha que él responde a quien le anuncia la presencia suya y de sus parientes: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los vínculos familiares, hace un gran elogio de su Madre, al afirmar un vínculo mucho más elevado con ella. En efecto, María, poniéndose a la escucha de su Hijo, acoge todas sus palabras y las cumple fielmente.
Se puede pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su camino misionero, se mantenía informada del desarrollo de la actividad apostólica de su Hijo, recogiendo con amor y emoción las noticias sobre su predicación de labios de quienes se habían encontrado con él.
La separación no significaba lejanía del corazón, de la misma manera que no impedía a la madre seguir espiritualmente a su Hijo, conservando y meditando su enseñanza, como ya había hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto, su fe le permitía captar el significado de las palabras de Jesús antes y mejor que sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus enseñanzas y especialmente las referencias a la futura pasión (cf. Mt 16,21-23; Mc 9,32; Lc 9,45).
María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, participa en su drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo elegido. Ese rechazo, que se manifestó ya desde su visita a Nazaret, se hace cada vez más patente en las palabras y en las actitudes de los jefes del pueblo.
De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de la Virgen críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Incluso en Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredulidad de parientes y conocidos, que intentaban instrumentalizar a Jesús (cf. Jn 7,2-5) o interrumpir su misión (cf. Mc 3,21).
A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad y de forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «hacia Jerusalén» (Lc 9,51) y, cada vez más unida a él en la fe, en la esperanza y en el amor, coopera en la salvación.
La Virgen se convierte así en modelo para quienes acogen la palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación en el mensaje divino y acogiendo plenamente a la Persona de su Hijo, nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salvador, para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renueva nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a aceptar las pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a Cristo, teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesús a quienes escuchan y cumplen su palabra.
Catequesis de Juan Pablo II (12-III-97)