jueves, 11 de mayo de 2017

“APÓSTOL”. Reflexión diaria acerca de la Palabra de Dios.



 
“APÓSTOL”. Reflexión diaria acerca de la Palabra de Dios.
Jesucristo ha sido enviado por el Padre con toda la autoridad para realizar la misión de la redención. El es “el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe.”
A lo largo de su vida pública el Señor escogió de entre sus discípulos a algunos de ellos como apóstoles a los que envío con autoridad a anunciar y hacer presente el reino. Recordemos el envío de los 72. Dentro los que envío, escogió a Doce para ser las columnas del nuevo Israel, el nuevo pueblo de Dios, a semejanza de los doce hijos de Jacob. Los apóstoles enviados por Jesús participan de su misma autoridad y a ellos les es confiado el anuncio del Reino.
La tradición ha reservado el título de apóstol a los doce, por su papel fundante en la Iglesia: nuestra fe es apóstolica, nace de su predicación y se fundamente en su testimonio. Ellos son los que han acompañado a Jesús desde el Bautismo en el Jordán hasta su Resurrección de entre los muertos. Ellos son los testigos que Jesús ha cualificado.
Cada uno de ellos es celebrado a lo largo del año litúrgico, conocemos su nombre, y hemos de tenerle una devoción particular; especialmente al Apóstol Pedro que siempre aparece el primero en las listas y a quién el Señor escogió como piedra y fundamento de la Iglesia. Y también a Santiago el Mayor que predicó el Evangelio en nuestra querida España y somos su hijos porque nos ha engendrado en la fe.
La palabra apóstol designa también en el Nuevo Testamento a otras personas que han tenido un papel importante en la evangelización, entre ellos san Pablo que sabiéndose inferior a los doce, reclama para sí el título de apóstol porque su vida es anunciar el Evangelio.
Nosotros por el Bautismo y la Confirmación hemos sido constituidos apóstoles. Cada vez que el sacerdote nos despide en la misa “Ite, misa est” se nos recuerda el deber del testimonio: de vida, de obras, de palabras.  Cuando la fe está viva, uno siente el ardor de san Pablo: “Ay de mí, si no predico el Evangelio.”; pero cuando se ha enfriado nuestra fe y languide, no hay en nosotros espíritu apóstolico.