sábado, 3 de junio de 2017

REPARAR AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Homilía primer sábado de mes




REPARAR AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Primer sábado de junio 2017
Iglesia del Salvador de Toledo
Forma Extraordinaria del Rito Romano

En estos primeros sábados de mes, hemos considerado como la voluntad de Dios para nuestros tiempos es establecer la devoción al Inmaculado Corazón de María. Una devoción por la que Dios quiere hacer patente su misericordia y salvar a los pecadores que “al no haber quien se sacrifique y ore por ellos, se condenan.”  
Por medio de ella, Dios quiere conceder todas las gracias y la paz al mundo y a cada uno de nosotros.
Pero esta devoción exige de nosotros que hemos sido elegidos privilegiadamente para practicarla un espíritu de reparación, que forma parte de la virtud de la penitencia:
El cristiano, por gracia de Dios,  se hace consciente de sus pecados. Esto le lleva, con la ayuda divina, a reconocer su pecado, que le obtiene el perdón de Dios.  A través del sacramento de la penitencia, cuando el sacerdote pronuncia la absolución, el pecador se sabe perdonado y seguro de perdón de Dios comienza un camino de vuelta hacia Aquel de quién se había alejado del pecado: reorientar toda la vida a Dios con todo nuestro corazón, rompiendo con el pecado,  y sintiendo aversión hacia él,  con repugnancia hacia las malas acciones que ha cometido. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables, el dolor de los pecados. (Catecismo 1431)
Cuando se ha producido esta conversión interior  en nosotros nos sentimos impulsados por la acción del Espíritu Santo a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia. Estos muy variados. Tradicionalmente y se nos recuerdan en Cuaresma pero son para vivir todo el año la práctica  del ayuno, de la oración, y de la limosna.
Pero todo aquello que implique sacrificio, renuncia, reconciliación con el prójimo y que busque mantener en nosotros ese deseo de agradar a Dios podemos considerarlo penitencia.
Esta penitencia es exigida por la justicia divina como una forma de restablecer la injusticia que con nuestro pecado hemos cometido. Es cierto que nuestras obras no pueden “comprar” el perdón de Dios, ni comprar el cielo, pero también es cierto que nuestras obras realizadas con recta intención no son solo nuestra, sino que por nuestra unión a Cristo por el bautismo él las hace suyas y las presenta al Padre.
Penitencia exigida por nuestros propios pecados, pero es necesario recordar y -es lo que queda manifiesto en el mensaje de nuestra Señora en Fátima- el cristiano no puede quedarse al margen individualmente del pecado de la humanidad, porque hay una lazo de unión con todos los hombres al que el mismo Jesucristo quiso unirse por su Encarnación cargando sobre sí el pecado y, particularmente, una unión y corresponsabilidad más estrecha con aquellos que formamos parte de su cuerpo por el bautismo.
Por eso, hemos de hacer penitencia por nuestros pecados, pero también penitencia y reparación por el pecado de los otros.
Reparar y consolar a Dios a quien ofendemos con nuestro pecado, pero también y es también algo propio y novedoso del mensaje de nuestra Señora: reparar y consolar el corazón de la Virgen que como Madre de los hombres nos ama y en cambió no recibe más que odio, desprecio e indiferencia.
Algún cristiano escrupuloso diría, reparar a Dios por nuestros pecados sí, pero ¿cómo vamos a reparar a una criatura? ¿No sería hacerla semejante a Dios? A lo cual hemos de responder que la reparación es exigida también a aquellos a quienes ofendemos. Es de justicia que reparemos e intentemos devolver aquello de lo que hemos privado a nuestros semejantes: al que robamos hemos de devolverle lo robado, al que hemos quitado la fama, devolvérsela; con el que nos hemos enfadado y quitado el saludo, dárselo nuevamente… Entonces ¿cuánto no más hemos de hacerlo hacia aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra, que con su sufrimiento en la cruz junto a su Hijo nos alcanzó la redención de nuestros pecados?

En la segunda aparición del ángel a los niños en el verano de 1916 cuando estaban jugando junto al pozo cerca de casa, ellos le dijeron al ángel: ¿Cómo nos hemos de sacrificar? El ángel le respondió: -De todo lo que podáis, ofreced un sacrificio, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de la Paz, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe”.
El 13 de Julio, la Virgen le dice a aquellos tres niños: “Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, sobre todo cuando hagáis algún sacrificio: Jesús, por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María. (…) Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados.
Cuando años más tarde, en 1925, en Pontevedra sor Lucía recibe la Gran promesa del Inmaculado Corazón de María y la devoción de los cinco primeros sábados, el Niño Jesús le dijo: Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que los hombres ingratos continuamente le clavan, sin haber quien haga un acto de reparación para arrancárselas.
En seguida, le dijo la Santísima Virgen: Mira, hija mía, mi Corazón, cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme.
En Tuy, nuestra Señora le dirá: “Son tantas las almas que la justicia de Dios condena por los pecados cometidos contra mí que vengo a pedir reparación: sacrifícate por esta intención y ora.”
Los nuevos santos Francisco y Jacinta Marto, así como la sierva de Dios sor Lucía y tantas personas que a lo largo de estos cien años han acogido el mensaje de Nuestra Señora han comprendido que la esencia de la reparación y de la penitencia es el amor: amor a Dios que nos ha amado primero, amor a la Virgen que nos ama con amor de Madre, amor a nuestro prójimos que ha sido rescatados al precio carísimo de la sangre de Cristo. Nuestra penitencia y nuestra reparación quiere ser expresión de amor, porque tenemos otra forma de amar, que devolviendo amor. En vísperas, de la fiesta de Pentecostés pidamos al Espíritu Santo que encienda en nuestros corazón las llamas de su amor divino.