sábado, 1 de julio de 2017

LA SANGRE DE JESÚS ES TODA NUESTRA ESPERANZA. Santa maria de mattias

La sangre de Jesús es toda nuestra esperanza y todo nuestro bien. Nunca se aleje nuestro corazón de aquella fuente perenne que brota de las llagas del Costado de Jesús Crucificado, nuestro amorosísimo Esposo. En ella encontrarán  descanso nuestras pobres fatigas sufridas por amor de Dios.  Fijemos nuestra mirada en el Crucifijo y elevemos a Él todos nuestros afectos;  recordemos que Él nos ama ardientemente, por lo que estamos seguras, que no nos  dejará perecer si le somos fieles. ¡Oh, qué  honor el nuestro!: servir a Dios, pensar  siempre en Dios, amar a Dios, padecer para dar gusto a Dios, en fin, vivir todas de  Dios. Y esto se nos concede gracias a su infinita bondad; permitirnos que nosotras,  criaturas miserables, seamos  elevadas a la unión con Él, más aún, es lo que se nos  manda. Ante estas consideraciones ¡cómo se siente animada nuestra alma! No se  apartaría nunca de los pies de su Señor, para escuchar su voz de suavísimo amor que  la invita a unirse cada vez más a Él; no se  sacia nunca de bendecirle, amarle, alabarle  y darle gracias de todo corazón. No desea nada más que darle gusto. El gusto de su  Señor es toda su complacencia, y si lo consigue, se considera rica y con tanta  consolación que no sabe cómo expresarlo.  Ánimo y confianza en Dios, pues si nos falta todo el resto, no importa, con tal que  gocemos de la gracia de nuestro Esposo Jesús Crucificado.
Oremos mucho por la Iglesia y amemos mucho a Jesús Redentor que la ha  fundado con su preciosa sangre. Confiemos en la palabra santísima de Jesús que nos  asegura que atenderá nuestra  oración. Nosotras no buscamos nada más que su gloria y  la salud de las almas que le cuestan sangre; y por ello esperamos mucho, mientras  ponemos toda nuestra confianza en los méritos del divino Redentor que con tierno  amor mira a su Iglesia, y aunque ahora la flagele lo hace para purificarla, para hacerla agradable ante su amorosa mirada. El fin de  nuestro Señor Jesucristo es el de reunir a todos los pueblos en su Iglesia, por lo que el flagelo se experimenta por toda partes.
¡Qué triunfo! ¡Qué triunfo! Oremos, oremos, oremos.  Qué consolación ver a las esposas del Cordero Divino, Adoratrices de la Preciosa Sangre, que con una sola voluntad, con una sola alma, unidas en un solo corazón, hacen resonar por todo el Paraíso el himno  de agradecimiento a la infinita bondad de  Dios, mientras ofrecen la sangre de su H ijo por la reconciliación del cielo con la  tierra, la tierra con el cielo.  La sangre de Jesús es toda nuestra esperanza y todo nuestro bien. Sangre derramada con inmenso dolor y con inmenso amor por nuestra salvación eterna.  Llenémonos de valor sin temer ni siquiera a  la muerte, para que en todo momento esta  sangre sea glorificada, bendecida y amada por todos.  Busquemos la unión con Dios de nuestro espíritu, donde encontraremos a la  persona de su santísimo Hijo que con infinito amor se nos ha entregado, vestido de  carne humana, recubierto de llagas y de  sangre, invitándonos a contemplarlo con la  mirada fija, para que nuestro corazón corresponda a las finuras de su delicado amor.  Jesús nos ama sin ningún mérito nuestro; amémoslo mucho nosotras porque es  digno de ser amado. Amémoslo también por el gran don de la Redención y por la  sangre que ha querido derramar por nuestro amor.  Nuestro único pensamiento sea hacer  que todos conozcan, en cuanto nos sea  posible, el amor Crucificado Jesús, cubierto de sangre y de llagas por nuestra salvación.
No se desaliente. Mucho ánimo y confianza en Dios bendito. Mucha oración.  Jesús murió por nuestro amor, los méritos de sus padecimientos son nuestros. No  tema, hija. Una mirada amorosa a Jesús  Crucificado y anímese a fatigar por la  escuela, por la salvación de las almas y por la gloria de su preciosa sangre. Le recomiendo que haga mucho silencio y mucha oración.
Para entrar en el Paraíso tenemos que  pasar por muchas tribulaciones. Confiemos  mucho en la sangre preciosa de Jesús. Pi damos a Dios que nos dé a conocer la  preciosidad del sufrimiento. Un alma que  ama a Jesucristo ama el sufrimiento, y  siempre le parece no sufrir lo suficiente por quien tanto ha padecido y muerto crucificado por nuestro amor. 
Santa María De Mattias, virgen