jueves, 21 de septiembre de 2017

PADRE PÍO, UN RAYO DEL LUZ. PRIMER DÍA DEL TRIDUO



 
PADRE PÍO, UN RAYO DEL LUZ
PRIMER DÍA DEL TRIDUO AL PADRE PIO 2017
Comenzamos hoy este triduo preparatorio para la fiesta del Glorioso Padre Pío de Pietrelcina, por el que todos los presentes sentimos admiración y gran devoción manifestada en nuestra oración constante a su intercesión. Son muchos cristianos que ya en vida del Padre Pío sintieron esta atracción y confianza en la fuerza de su oración ante el Señor. Una atracción manifestada en los grupos de oración del Padre Pío que se extendieron por todo el mundo, en la cantidad sin número de cartas que recibía nuestro santo y también la multitud de personas que acudían a la celebración su misa y a confesarse con él.
¿Qué era y es lo que origina en las multitudes esta atracción hacia aquel que se definía como “un simple fraile que reza”?  No era su poder político, ni su riquezas, ni su influencia social, ni tan siquiera su influencia dentro de la iglesia; tampoco su capacitación intelectual… Claramente lo que la atracción no nacía de motivos humanos, sino de la gracia de Cristo que habitaba en él. Padre Pío, que fue llamado Crucificado sin Cruz, ha sido exaltado por Dios mismo con sus dones y gracias; y alzado en santidad en medio de un mundo ateo y rebelde a Dios, se convierte estandarte que conduce a todos hacia Cristo, el Señor.
La santidad, queridos hermanos, es el mejor medio que Dios nos concede para que nuestra vida produzca frutos que ayuden y beneficien a los demás. Si queremos cambiar el mundo con sus injusticias, si queremos cambiar nuestra patria, nuestra familia, el entorno donde nos movemos, nuestra parroquia o nuestro grupo: ¡seamos santos! Si nosotros somos santos, todo cambiará a nuestro alrededor, porque será Dios quién actúe en nosotros.
En este miércoles de las témporas de septiembre, días en los que Iglesia nos invita a incrementar nuestra oración y nuestra penitencia, como acción de gracias también por la recolección de los frutos de la tierra con los que Dios nos bendice; se nos invita con la lectura del libro de Nehemías a recordar que no hay vida posible alejados de Dios.
El pueblo de Israel fue llevado al destierro a Babilonia, en muy poco tiempo, apenas una generación, se olvidaron de la Ley del Señor. Pronto se acomodaron a las costumbres y la forma de vida de los babilonios, olvidando su fe, su historia y la elección de Dios.
La historia se repite tan similar en nuestro mundo. Pensemos como nuestra sociedad en tan poco tiempo ha cambiado, se ha mundanizado, se ha olvidado de Dios. Pensemos como vivía el mundo, como era la sociedad, tan solo hace 50 – 60 años, y como es nuestro mundo hoy.
Dios envió al pueblo a los santos profetas para que recordasen la Alizanza que Dios había hecho con ellos. La elección que Dios había hecho sobre Israel. A pesar de ello, muchos no hicieron caso, prefirieron la modernidad de forma de vida que les ofrecía babilonia.  Otros, sí que hicieron caso, y cuando Dios permitió al pueblo volver a Jerusalén subieron para reconstruir la ciudad santa. Los escribas leyeron la Escritura, las palabras de la Ley de Dios al pueblo, en medio de la plaza. Una palabra que habían olvidado, que ya desconocían... Pero, he aquí el milagro, el pueblo al escuchar esta Palabra de Dios descubrió el amor de Dios por ellos. Y, ¡cómo reaccionan! Con el llanto. Todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de Dios. Lloraban de pena porque habían vivido tantos años alejados de Dios, olvidados de sus mandamientos, de espaldas a su amor. Lloraban de pena porque habían sido infieles a la alianza de los padres. Lloraban de alegría, porque Dios tenía misericordia de ellos, porque se acordaba de su pueblo y no los dejó en el olvido, porque Dios era fiel a sus promesas y nuevamente les ofrecía nueva oportunidad de salvación.
Los santos, y para nosotros el Padre Pío, son en verdad una “palabra de Dios” para el mundo, para la Iglesia. Ellos, como los profetas, llevados y plasmados por el Espíritu Santo son un rayo de luz que sale de la misma Palabra de Dios” –como afirma el Papa Benedicto XVI. Sus vidas, sus palabras, sus ejemplos, la atracción que ejercen sobre nosotros son una constante llamada a volvernos a Dios, y nos recuerdan una y otra vez, que también nosotros estamos llamados a la santidad, que también nosotros tenemos que ser santos.
Ellos han vivido la Palabra de Dios, la han plasmado en sus vidas, se han alimentado de ella a través de la escucha, la lectura y la oración.
Nosotros no tenemos otro medio, tenemos nuevamente que poner la Palabra de Dios en medio de la plaza –que es nuestra propia vida- y leerla nuevamente para dejar que Dios actúe a través de ella  y realice en nosotros su obra.
Al dar gracias, por los frutos de la tierra, recordamos que también nosotros somos tierra de Dios que hemos de dar fruto. El siembra en nosotros la semilla de su Palabra y espera como el labrador el fruto a su tiempo. El fruto que hemos de dar, como los dio Padre Pio, es el fruto de la santidad.
Pero recordemos, que la Palabra de Dios es una persona: es Jesucristo. Sin él, la palabra escrita es palabra muerta. Por ello, nuestro esfuerzo es el de amar a Jesús, el de ser sus amigos, el de vivir una relación verdadera con él.
Nuestros pecados, nuestras infidelidades, nuestro vivir olvidados de Dios, sin que él sea el centro en nuestra vida es lo que nos aparta de la santidad y, lo que una y otra vez, hace que nos desalentemos en nuestra lucha por ser fieles y por amar a Jesucristo.   Como en el Evangelio de hoy, también nosotros tenemos que acudir a Jesús, porque tiene el poder de expulsar nuestros demonios que nos alejan de él. Confiados en su fe, pidiendo que nos aumente la fe, hemos de pedirle como el padre del endemoniado: “Ten compasión de nosotros y ayúdanos.” Y así incluso, nuestro pecado se convertirá en ocasión de acercarnos a Dios.
Oigamos el consejo del Padre Pio:
“Amemos a Jesús por su grandeza divina,
por su poder en el cielo y en la tierra, y por sus méritos infinitos,
pero, también y sobre todo, por motivos de gratitud.
Si hubiera sido con nosotros menos bueno, más severo,
¡seguro que habríamos pecado menos!...
Pero el pecado, cuando le sucede el dolor profundo de haberlo cometido,
el propósito leal de no volverlo a cometer,
el sentimiento vivo del gran mal que con él hemos causado a la misericordia de Dios;
cuando, heridas las fibras más duras del corazón,
se consigue que de ellas broten lágrimas ardientes de arrepentimiento y de amor,
el mismo pecado, llega a convertirse en peldaño que nos acerca,
que nos eleva, que de forma segura nos conduce a él.”
Ojalá, que el ejemplo de Padre Pio nos empuje a desear la santidad, que nos lleve a tratar con Jesús, Verbo del Padre, y a ponerle en el centro de nuestra vida.  Y que a luz de la escucha de Palabra de Dios reconozcamos nuestro pecado, lo confesemos, y llevados por un verdadero dolor de haberle ofendido, comencemos a subir peldaño a peldaño la escalera de la santidad. Que Padre Pío interceda por nosotros. Que así sea. Amén.