lunes, 9 de abril de 2018

EL LLANTO DE MARÍA. Homilía


Triduo de la Divina Misericordia 2018
Primer día, jueves 5 de abril
Comenzamos con esta celebración a disponernos para celebrar la fiesta de la Divina Misericordia.
Todas las cosas importantes necesitan preparación, así lo hacemos en las cosas de nuestra vida cotidiana, y así también lo hemos de hacer en nuestra vida espiritual. Uno de los peores errores en los que podemos caer es el dejarnos llevar por los acontecimientos y por las celebraciones, sin que ello deje poso alguno en nosotros…
La rutina, el ritmo frenético del mundo, la superficialidad, la apatía espiritual hace que en definitiva la acción de Dios no cale en nosotros y dé el fruto esperado.  No es que Dios no nos conceda las gracias, sino que nosotros no estamos en la debida disposición para recibirla. Recordemos la parábola del sembrador:
Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó al borde del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre terreno pedregoso, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado.
Nosotros queremos ser esa tierra buena, que da fruto centuplicado. Con nuestra oración y meditación, avivando en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, renovando nuestra confianza en Dios, despertando nuestro espíritu y mortificando nuestra carne por la penitencia ,  queremos  que preparar el terreno de nuestras almas y de nuestra inteligencia para que la semilla de la gracia divina produzca en nosotros fruto centuplicado.
Como la tierra que cultivan los labradores, la tierra de nuestra alma requiere un continuo trabajo: abonarla, labrarla para ablandar su superficie endurecida por la falta de cultivo, extirpando de ella las malas hierbas, regando con agua para que fructifique…
¿Ves que no das fruto? ¿Ves que no hay en ti la santidad que debería? ¿Ves que sigues como hace años o que quizás todavía peor?
¿Has trabajado tu tierra?¿ las has abonado? ¿Has labrado el terreno de  tu corazón endurecido por el pecado o la dejadez? ¿Has extirpado de ti las malas obras, pensamientos, palabras? ¿Has regado tu corazón con la gracia que se nos da en los sacramentos?
Una vez ma´s, aprovechemos este tiempo que se nos ofrece para nuestra salvación: este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia.
Acabamos de escuchar el Evangelio de la aparición de Jesús a Santa María Magdalena.
Esta María Magadelna  acompañó junto a otras mujeres a Jesús y a sus discípulos en su predicación por Galilea.  El Evangelio de san Lucas nos dice que el Señor había sacado de ella siete demonios. «Le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de enfermedades y espíritus malignos: María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios Lucas 8, 1-2
Muchos autores la identifican también con La mujer adúltera a la que Jesús salva de la  lapidación
Como con La mujer que unge con perfumes los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos antes de su llegada a Jerusalén.
Así como con María de Betania, hermana de Lázaro.
María Magdalena Estuvo al pie de la cruz, junto con la Virgen María, san Juan y otras mujeres. Así como fue testigo de la sepultura del maestro.
En compañía de otras mujeres, fue la primera testigo de la resurrección, según una tradición en la que concuerdan los cuatro evangelios. Después comunicó la noticia a Pedro y a los demás apóstoles.
Pero a pesar de ver el sepulcro vacío y recibir el mensaje angélico que les dice que Jesús no está en el sepulcro, sino que ha resucitado; María permanece allí llorando, buscando a su Maestro.
El llanto de María es en definitiva la imagen de la humanidad sin Dios, sin fe. Ella llora porque todavía no cree y no comprende que aquel que pendió de la cruz y fue sepultado, ha resucitado según los había anunciado.
Cuando el hombre de hoy vive sin Dios, al margen de él o de espaldas a él; solamente le queda el llanto porque la tristeza existencia, el sinsentido y la desesperación son su destino. ¿En qué termina la vida del hombre sin Dios? En la muerte y la muerte eterna.
Es cierto. Podéis decirme: ¿pero mira cómo vive la gente sin Dios? No tienen problemas, todo les va bien, la vida les sonríe.
Recordad aquellas palabras de Jesús después de la bienaventuranzas: ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya estáis recibiendo todo vuestro consuelo. 25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!, porque os lamentaréis y lloraréis. 26 ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque de la misma manera trataban sus padres a los falsos profetas.
Pareciera como en la justicia divina, el porvenir y la prosperidad de los malos fuese una indulgencia temporal de Dios para aquellos cuyo destino es la condenación.
Recordad al rico Epulon y Lázaro.
Las palabras del apocalipsis a la Iglesia de Laodicea parece que están dirigidas a todos aquellos que viven sin fe y sin Dios.
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! `Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. `Porque dices: ``Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad; y no sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo, te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver. `Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete. `He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo. `Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono.  `El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.'
El llanto de María Magdelena ante el sepulcro es el llanto de aquel que busca a Dios y no lo encuentra, porque los busca donde no está.
El hombre sediento de Dios, de felicidad, de eternidad, busca hambriento saciar su sed, su ansia, su deseo; pero tantas veces  su búsqueda la realizan en el sepulcro, pro caminos que llevan a la muerte, en definitiva en el pecado.  ¡Creéis que nuestro contemporáneos no buscan a Dios? Sí, lo buscan, pero tristemente desorientados y no encuentran más que la muerte… Incluso nosotros que hemos recibido la fe y tantas gracias de Dios, ¡cuántas veces hemos puesto nuestra felicidad en lo material, en lo placentero,  en aquello que no agrada a Dios!
El llanto de María ante el sepulcro es sin duda el llanto de aquellos que dudan del amor de Dios y de su misericordia. Si creo que Dios no es capaz de perdonarme, si pienso que no soy digno del amor de Dios por ser miserable, lleno de pecado, por ser una y otra vez infiel a sus mandamientos… no me queda otra que llorar amargamente.
En las apariciones de Jesús a santa Faustina, él le dice como le duele la falta de confianza de las almas en su misericordia. Confiamos en nuestras intenciones, en nuestra voluntad, en nuestras buenas obras, en nosotros mismos… pero una y otra vez nos decepcionamos porque caemos, no somos constantes… y no confiamos en Jesús, en su gracia, en su poder, en su misericordia… ¿Por qué tantas veces estamos atormentados y entristecidos? Por nuestra falta de confianza.
Ante el llanto de María Magdalena, Jesús se le muestra resucitado. Ella reconoce al Señor cuando este pronuncia su nombre: María.  Descubre nuevamente su amor y su misericordia.
Este pronunciar su nombre es uno de los momentos más íntimos del Evangelio y que manifiestan el amor de Dios pues como dice a Jeremías:  “Antes de formarte en el vientre ya te había elegido, antes que nacieras ya te había apartado.”
Dios nos conoce y nos sondeas, para él cada uno de nosotros somos únicos, nos llama por nuestro nombre, nos tiene siempre en su presencia… A cada uno de nosotros en particular.
A Jesucristo le interesas tú, con tu vida, con tu historia, con tus problemas, con tus pecados… por ellos murió en la cruz, por ti el dio su vida.
En este primer día del triduo  alegremos y gocemos en el amor y la misericordia del Señor: ha muerto por mi y ha resucitado también por mí dándome acceso a la vida de la gracia.  HAEC DIES, quam fecit Dóminus: exsultémus et laetémur in ea. ESTE ES el día que el Señor preparó; alegrémonos y gocémonos en él. Alegremonos y gocemonos en esta misericordia de Dios, que hoy a cada uno  de nosotros nos llama por nuestro nombre y nos constituye en testigos de su Resurrección que es también la nuestra. Demos testimonio ante el mundo: He visto al Señor. Así también ellos podrán encontrar a aquel a quien buscan. Amén.